Ojos que no quieren ver


Pablo Iglesias tomó una decisión valiente al dimitir como vicepresidente del Gobierno y postularse como candidato a las Elecciones Autonómicas madrileñas. Pablo Iglesias y su equipo de campaña acertaron al elegir el eje antifascista como elemento que removiese conciencias en la izquierda en general y en los demás partidos de izquierda en particular. Acertó también en la lección de dignidad ofrecida al irse del debate de candidatos organizado por la SER.

Pero el equipo de campaña se ha equivocado en una cosa fundamental: la mayoría de la población madrileña no es de derechas, pero tampoco es de izquierdas. La mayoría de la población de Madrid está compuesta por trabajadores para quienes el hecho de serlo no supone ningún distintivo de clase. Son trabajadores porque no pueden ser otra cosa.

La mayoría de la población madrileña está compuesta también por inmigrantes. Su situación, mayoritariamente precaria, les acerca al concepto clásico de "lumpenproletariado", viviendo día a día con lo que sale y en muchas ocasiones sin acceso a servicios básicos, como la educación o la sanidad.

La mayoría de la población madrileña, asimismo, está compuesta por una difusa clase media, concepto de difícil definición y que abarca a muchas más personas que las que el nivel de renta podría calificar más certeramente de esa forma. Pueden ser ejecutivos de nivel medio, artistas, profesionales liberales, pero también autónomos (con toda la enorme diversidad que ese término abarca) a los que el negocio a veces les va bien y a veces mal, o muy mal.

El sentido común desarrollado por la izquierda organizada dice que la gran mayoría de estas capas de población deberían querer un gobierno que velase por ellos y se preocupase de mantener un catálogo amplio de servicios públicos fundamentales, en buen estado de funcionamiento y gratuitos. Deberían aspirar a colegios públicos de buen nivel, con suficiente profesorado y bajos ratios de alumnado por clase; a centros de atención primaria abundantes y bien surtidos de personal y de recursos; a vivienda digna en condiciones económicas asumibles; y, en definitiva, a todo aquello que ofrecían los programas de las tres  principales formaciones de izquierda que se han presentado a las elecciones autonómicas de 2021.

Es muy posible que una gran cantidad de personas incluidas en esas capas, aunque no tengan una ideología definida, aspiren de manera genérica, casi podría decirse que idealmente, a todo ello. Pero en el día a día, la desaparecida capacidad de analizar la oferta política objetivamente que esas capas tienen como lastre, les hace ver las cosas de otra manera. En el día a día, todo eso es muy bonito pero en la tele no hacen más que decir que Pablo Iglesias nos va a subir los impuestos. En la tele nos bombardean con el hundimiento económico si se cierran los bares y restaurantes por la pandemia. En el día a día, los fascistas son muy malos, pero enfrentarse a ellos nos va a llevar a una guerra civil, que ya lo dicen todos los días en la tele.

En el día a día, una mayoría de miembros de estas capas puede soñar con lo que considera un mundo ideal, pero al mismo tiempo considera peligroso intentar alcanzarlo. O simplemente considera que es un esfuerzo que no merece la pena, porque no va a conseguir su objetivo.

Y en ese estado crónico de resignación, no se acepta bien que alguien te diga que "tienes que querer" ser alegre, comprometido, solidario, consciente políticamente, salvador de la Tierra y un soldado del antifascismo.

En ese estado crónico de resignación la mayoría de los miembros de estas capas, además, lo que quieren es tener un respiro psicológico, algo que les ayude a levantarse cada día y enfrentarse a una vida llena de incógnitas. Una ilusión.

Uno de los spots de campaña de Unidas Podemos hablaba precisamente de eso, de la ilusión, pero en la acepción contraria a la que acabo de utilizar. Hablaba de la ilusión óptica que la derecha quería vender, y que oponía a la realidad que la izquierda mostraba.

Pues bien, la mayoría de esas capas ha preferido comprar la ilusión que Isabel Díaz Ayuso les ha querido vender, en lugar de la realidad que la izquierda les ofrecía. Ocurrió ya en 2011, cuando Mariano Rajoy obtuvo mayoría absoluta en las Elecciones Generales. Lo que yo mismo escribía entonces es, milimétricamente hablando, lo que ha ocurrido ayer, 4 de mayo.

Lo bueno es que a Mariano Rajoy consiguió echársele de la Moncloa. Lo malo es que se tardó siete años en hacerlo.

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