La dignidad humana en cincuenta kilos


Esta mujer de la fotografía es Doña Rosario Ibarra de Piedra. El "doña" no le viene por la edad (aunque sus 92 años bien le darían derecho a ello), sino porque así se le debe a alguien que ni un sólo momento ha dejado de pelear contra la injusticia y buscando la verdad. Durante prácticamente toda su vida, desde la desaparición forzada de su hijo a manos de la policía mexicana, en los años 60 del pasado siglo, hasta ahora mismo, empezó asaltando los despachos de los genocidas que poblaban entonces el gobierno mexicano y acabó fundando un comité Eureka, que, para entendernos, tiene muchas semejanzas con las Madres de la Plaza de Mayo, con las que tantas veces Rosario se vio, se reunió y acordó cosas en común.

Aún conservo una pequeña insignia (pin, creo que le llaman ahora) que me regaló hace dos mil años en mi casa del barrio de Lavapiés. Una insignia con ese peculiar diseño de la hoz y el martillo que los partidos afiliados a la Cuarta Internacional solían (solíamos) reproducir como emblema. No contenta con jugarse la vida buscando y reclamando la verdad sobre su hijo y sobre otros muchos desaparecidos, se metió en política. Probablemente concluyó que la política había secuestrado a su hijo, y allá que se fue con sus quizás menos de cincuenta kilos, a asaltar también la política. Fue candidata varias veces a la Presidencia de México (la primera vez por parte del Partido Revolucionario de los Trabajadores, miembro de esa Internacional "trostkista" antes mencionada) y diputada y senadora en aquel país. Dicen que varios presidentes la temieron por no entender cómo podía almacenarse aquella energía tan descomunal en cuerpo tan pequeño.

El pasado mes de octubre el actual presidente mexicano, López Obrador, que había contado con ella como asesora en su reciente campaña electoral, recogió, por voluntad de la propia Rosario, una condecoración que se concede a la gente que lucha destacadamente por los Derechos Humanos. Recogió el presidente la condecoración y encontró junto con ella un breve mensaje: "Dejo en tus manos la custodia de tan preciado reconocimiento y te pido que me la devuelvas junto con la verdad".

92 años. Cincuenta kilos. Es normal que no se atrevan con ella.

Con todo mi cariño, Doña Rosario.

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