Griego bueno, griego malo

Escribo sobre lo ocurrido en los últimos días en Grecia no para posicionarme al respecto de la "traición"  de Tsipras al pueblo griego, ni tampoco para hablar del pueblo griego, sino para hablar de cuantos, fuera de Grecia, aunque también en la propia Grecia, han elevado a los altares a un hombre y ahora están a punto de despeñar a un partido a la más profunda sima del desprecio.

Tsipras es, como cualquier otro líder que concita la atención y condensa la admiración de los demás, un símbolo para la gente. Tsipras es, en esa simbología, honesto, fuerte, claro en su mensaje, valedor de los débiles y azote de los poderosos. Y si Tsipras es así, Syriza también es así. Ese es el poder de los símbolos: son elementos redondos, sin aristas y sin huecos oscuros. Son cómodos de manejar por los demás porque ofrecen una superficie lisa donde todo está a la vista.

Pero los símbolos no existen fuera del imaginario individual o colectivo de la gente que los admira. No existe esa superficie lisa porque la realidad, precisamente, está llena de huecos y aristas. Si pudiéramos dibujarlos, el símbolo sería una esfera bruñida, mientras que la realidad sería un objeto amorfo, una especie de meteorito con la extraña particularidad de tener una dirección cambiante. "Confío en Tsipras" podría ser una frase que condense la actitud de millones de personas dentro y fuera de Grecia, quienes han elegido, una vez más, adorar al símbolo esférico en lugar de esforzarse por ver la meteorítica realidad cambiante y plagada de aristas.

Ahora Tsipras es un traidor. Quizás conserve en muchos que le han adorado un pequeño porcentaje de crédito debido a la enormidad y novedad de lo que Tsipras, como símbolo de Syriza, ha hecho en el último año. Pero lo cierto es que en el imaginario popular, Tsipras ha pasado más bien de héroe a villano. De griego bueno, a griego malo.

Sin embargo, estoy convencido de que en el Tsipras que admite el "golpe de estado" que en el seno de su gobierno ha dado el ala derecha, no hay un alien surgido de las entrañas del Tsipras bueno que conocíamos. No es otro ser que se escondía, malévolo, en el interior del ser bondadoso que pintamos en nuestra imaginación. Porque no es cuestión de Tsipras, no es cuestión de personas: es cuestión de politica.

En política, la confianza no debe depositarse en las personas, porque éstas son (somos) cambiantes. Nos afectan las circunstancias mucho más que lo hacen sobre las organizaciones. Es por ello que no tiene sentido depositar la confianza en personas, más allá de aspectos y periodos de tiempo puntuales. Tiene sentido depositar la confianza en las organizaciones. Y aun así, tampoco debe depositarse la confianza de forma absoluta. "Confío en tí, Tsipras" es una frase que, en mi opinión, demuestra una falta de criterio inmensa. E incluso "Confío en ti, Syriza", aunque bastante más llevadero, es también una apuesta arriesgada.

El paralelismo del "caso Tsipras" con otros casos de líderes desmesuradamente elevados a la categoría de héroes populares en otras latitudes más cercanas, es evidente. Pablo Iglesias, para poner nombre a las cosas, es un candidato absolutamente seguro para hacer lo mismo que ha hecho Tsipras, e incluso yo diría que sin necesidad de esperar a recibir enormes presiones por parte de la Troika. Obama lo fue en su momento en Estados Unidos.

Monty Python lo plasmó hilarantemente bien en su "Vida de Brian", y ahora nos toca a todo el mundo hacer examen de conciencia para saber si no somos uno de esos personajes que, en la comedia del grupo británico, persiguen a Brian por el desierto tras adorarle como nuevo profeta.

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