Hombre con dos entierros

A veces la vida se hace coherente y nos devuelve esa imagen que nos forjamos, medrosos, en un lugar recóndito del cerebro, con el temor propio de quien no se atreve a esperar de la realidad algo tan bello como nuestro sueño. A veces los gestos pasan de la imaginación a las calles y pueblan la historia y el recuerdo con leyendas de esas que pueden contarse a los hijos y a los nietos, si la edad y el cambio climático nos lo permiten.

Hoy puede ser uno de esos días, cuando, terminados los actos oficiales y cumplidas las formalidades de rigor, ausentes de la pena los políticos, la gente, con y sin bigote, gordos y bajos sin lifting que los ampare, se ha adueñado de un trozo de calle y, simplemente, se ha puesto a recordar al señor de la mochila y la respuesta indignada, en un acto que honra al finado con algo que pocos tienen: un segundo entierro.

Nada ni nadie podría haber interpretado mejor el recuerdo de alguien como Labordeta. ¡Qué lejos de ello el parlamento hueco del Borbón o el obligado reconocimiento de quien intentó mofarse del muerto en vida! Parece justo dejar que corra la lágrima y ponerle, como excusa, la voz sólida y honrada de alguien que vivió como cantó: con una guitarra, una mochila y unas cuantas verdades.

Comentarios

RGAlmazán ha dicho que…
¡Bravo, D. Antonio! Ha estado usted a la altura. Un sentido homenaje.

Salud y República
Hipatia ha dicho que…
Pero qué bonito!
Gracias!