La señá Rosa

Esa nacionalista a ultranza que es Rosa Díez ha cometido un desliz totalmente comprensible. Su norte no está en la política, sino en el chalaneo ideológico (hoy digo esto que es lo que mejor me viene, mañana hago lo mismo con aquello otros, y así hasta donde haga falta) aderezado con dosis indeterminadas, pero siempre abusivas, de populismo. Y el populismo le ha jugado una mala pasada traicionándola y haciéndole hablar como hablaría la señá Rosa sentada en el poyo de la puerta de su casa, allá en el pueblo.

No quisiera pecar de cínico, yo, que puedo llegar a serlo tanto, y por eso reconoceré que me cuento entre quienes usan también del lenguaje campechano y poco correcto políticamente hablando, con profusión y sin ambajes. Pero tengo en mi descargo que no juego en la política que juega Díez. Quienes juegan en esa política, siempre juegan fuera de casa, y como tal hay que guardar los modales, que ya nos lo enseñaban nuestros padres a quienes tenemos más de cierta edad.

En tiempos como éstos, ya lo tienen difícil los políticos de verdad para conseguir que la gente se fije en lo que dicen y hacen realmente. Cuanto más esta política de mentira que parece a punto de auparse al tercer puesto en la lista de partidos más votados, con el mismo criterio que una canción de Bisbal se sube al top 5 de la lista de los 40 principales sin más mérito que el que procuran los saltos estratosféricos y los movimientos espasmódicos del cantante.

Sólo que Rosa Díez, la señá Rosa, huele un poco más a rancio, políticamente hablando, que DAvid Bisbal. Si no me gustase tanto la zarzuela, la mandaría a hacer de señá Rita, aun a riesgo de descubrir que el papel le gustaba y que el galán a quien aconseja y defiende no es otro que ese gallego de pro (¡mire usted por dónde!) tan proclive a proferir tacos como chisgarabís, cáspita o chispas como máxima expresión de su acerada mente.