Exabrupto a propósito de la Ley de Seguridad Vial

Hace un par de días un programa de televisión mostraba las andanzas de unos cuantos niñatos que tenían como máxima aspiración en la vida adueñarse de la embriagante sensación de ir a 140 kilómetros por hora por calles normales de una ciudad. Me importa un carajo si estos niñatos de mierda tienen o no algún trauma, o como mínimo impronta, que les amarga la existencia y les produce rechazo hacia la sociedad en que viven; o si, por el contrario, son simplemente niños de papá aburridos -con o sin dinero, que cada vez más se puede ser hijo de papá sin un duro- a quienes nadie les explicó y les obligó a entender en su momento que la necesidad de satisfacer el gusto por la aventura es algo que no hay que anteponer a otras necesidades socialmente más acuciantes. Me importa un carajo y lo que me importa es que son asesinos en potencia, de la peor calaña: la que asesina por desprecio hacia los asesinados.

Amparándose en bazofia como ésta y en casos de conductores imprudentes que no llegan a tal grado de conducta reprobable, pero que sí se ponen en peligro a sí mismos y a los demás, es que el Gobierno ha aprobado una Ley de Seguridad Vial innecesaria para otra cosa que no sea sacar los cuartos a la ciudadanía, con el poco loable objetivo de repartir esos mismos cuartos después a la Banca, a los constructores y a los fabricantes y distribuidores de automóviles.

La velocidad media en las carreteras de este país ha bajado considerablemente en los últimos diez años, como ha reconocido la propia Dirección General de Tráfico en varias ocasiones. Las impactantes campañas publicitarias, unidas a la alta inversión en medidas de vigilancia como los radares y cámaras de tráfico, han hecho que la población, en parte por concienciación sobre la necesidad de conducir con mucha mayor prudencia, en parte por miedo a la sanción, haya ido reduciendo paulatina y muy considerablemente la velocidad en las carreteras. El número de víctimas ha descendido también considerablemente y nada hace pensar que tal descenso no pudiera continuar verificándose con la legislación vigente hasta hace unos días.

La nueva Ley lo único que hace es reducir el margen de flexibilidad que se otorgaba antes a los conductores antes de multarles (aquellos diez kilómetros por hora, aproximadamente) reduciéndolo a cero, y aumentar desorbitadamente la cuantía de las multas por infracción. A mí me suena a: "ya que no consigo recaudar bastante con las actuales sanciones, porque la gente corre menos, voy a aumentar las posibilidades de poner multas para volver a subir la recaudación". La nueva Ley va acompañada de una impagable presentación por parte del cínico de Pérez Rubalcaba, que se permite explicarnos condescendiente y pedagógicamente que todo es por nuestro bien, para que corramos menos.

El mismo Pérez Rubalcaba tiene coches oficiales y conductores que pecarán por él (no me hace falta demostrarlo, a ustedes tampoco les hace falta que se lo demuestren: todos lo sabemos) todas las veces que haga falta, como le ocurrió al impresentable Pere Navarro, a quien se pilló en un coche circulando a casi 190 kilómetros por hora, siendo el máximo responsable de la DGT. Otro cínico gracioso que siempre tiene una salidita ocurrente para explicar las medidas que pone en marcha y que luego él ya se preocupa de no cumplir.

Si uno se encuentra con esta gentuza por la carretera y tiene un accidente, aunque ellos tengan la culpa serán los otros los multados, los encarcelados y los perseguidos. Por eso, si alguna vez les ocurre, procuren tomarse la justicia por su mano, en la manera que mejor se les ocurra. Normalmente no podrán meterles unas cuantas hostias, que es lo que se merecen, porque también se preocupan de ir protegidos por matones a sueldo pagados con dinero público, a quienes tienen derecho porque la excusa del terrorismo tiene la mano larga y llega hasta donde uno quiera estirarla.

Si a mí me pasa alguna vez, sólo pido que el resultado del accidente sea tal que ellos queden en situación de extrema gravedad y que su vida dependa de que yo les auxilie. Y no para que se imponga mi probada educación y buenas maneras, mi generosidad de gente de izquierda que quiere un mundo mejor para todos. No para acabar sacándoles de entre los hierros retorcidos del vehículo, sino para dejarles pudriéndose, única manera de hacerles pagar sus desafueros después de que todas las demás vías hayan sido diligentemente anuladas por ellos mismos.

Pero, claro, no sé si al final sería capaz, porque lo que nos suele perder a la gente de izquierda de verdad es nuestra incapacidad para hacer algo que nuestra ética rechaza, por más que nos lo pida el cuerpo. De eso se valen los malditos rastreros de este mundo.

Comentarios

SPOOK ha dicho que…
Escribe D. Antonio:
“lo que nos suele perder a la gente de izquierda de verdad es nuestra incapacidad para hacer algo que nuestra ética rechaza,”

No conozco a “toda la gente de izquierda” por ello no puedo negar que su afirmación sea cierta en algún caso. En el mio no lo es, no me ha perdido la ética de izquierda, más bien al contrario, no me encuentro (me extraño) en la moral “derecha”.

Lo que si estoy en condiciones de asegurar es que la ÉTICA es condición necesaria (no suficiente) para que la Izquierda no se pierda.
La ética (no confundir con moral) no es diestra ni zurda, es fundamento de la Izquierda y adorno prescindible en la derecha.