A un hombre discreto, apasionado, decente y ya muerto

No hay cómplice ni amor a quien querer
en este mayo a las puertas de un infierno.

Sólo un libro con veinte señales
en veinte esquinas, veinte insomnios
y veinte miradas perdidas.

Y el bálsamo de poder llorar sin causa,
tan sólo porque un verso suyo
acertó a abrir la ventana
cuando más requería el aire y el viento,

que son distintas cosas, como usted bien sabe,
compañero.

Que sin aire no podemos respirar,
pero no hay caricias sin viento.

[Adios, don Mario. Fue un honor conocerle]