No hay condiciones para una paz duradera en Oriente Próximo
Como todos sus antecesores, también Obama aspira a pasar a la historia como el presidente norteamericano que consiguió una paz duradera en Oriente Próximo. Es una aspiración muy legítima y da la sensación de que si hay algún presidente de Estados Unidos capaz de conseguirlo, será éste. Pero la vena progresista que adorna al dirigente norteamericano no va a ser suficiente.
Pocos sitios existen en que las contradicciones entre los múltiples factores que definen la política contemporánea se den cita con tanta intensidad. La religión (dejemos a un lado el carácter fanático de los seguidores de unas y otras), los conflictos de clase, los nacionalismos, la cultura derivada de todo ello... son ingredientes que dejan notar su presencia netamente. Habrá veces que el guiso denote un regusto más a esto que a aquello, en otras cambiará el gusto y el matiz será distinto; pero siempre están presentes los mismos elementos.
Sin ánimo de ser cenizo (que lo soy, de todas formas), diré que Obama no tiene ninguna posibilidad de conseguir esa meta. Para hacerlo sería imprescindible una de dos cosas: que el gestor de tal proeza estuviera dispuesto a tratar las aspiraciones israelíes con similar consideración a las de los palestinos; o que éstos estuvieran dispuestos a capitular tras una prolongada e intensa cadena de derrotas. Ni una cosa ni la otra ocurren en estos momentos.
Obama hizo de la pretensión de acabar con la influencia de los lobbys en la política norteamericana una seña de identidad que cautivó a cientos de miles de personas en aquel país. Para sorpresa de muchos (me incluyo), hizo efectivamente una política práctica de alejamiento de ellos nada más alcanzar la Presidencia. Pero hubo una excepción, la más significativa de todas: el lobby judío. Obama se apoyó en él intensamente durante su campaña y esos servicios nunca pueden dejar de pagarse. Obama es prisionero de los intereses de ese lobby en medida similar a como lo han sido antes otros presidentes norteamericanos. Es también, por lo tanto, un presidente consustancialmente incapaz de tomar en consideración las aspiraciones palestinas al mismo nivel que las del Estado de Israel.
Por su parte, los palestinos no están derrotados. Han sido masacrados durante el reciente genocidio orquestado por Israel y sobreviven malamente con una economía inexistente a la que la desidia de sus pretendidos países amigos deja en estado de práctica inanición. Pero todo eso no es más que el paisaje habitual de la población y de los militantes palestinos, sean de la corriente política o religiosa que sean, desde hace décadas. Hamas ganó prestigio e influencia política tras las últimas acciones de castigo israelíes, y así han tenido que reconocerlo los propios norteamericanos. No están, pues, los palestinos abocados a ceder ahora lo que no cedieron en plenas hostilidades.
Más bien parece que Israel podría haber considerado la necesidad de pedir al Tío Sam que realice unas gestiones que ese país, deslegitimado por la guerra de castigo llevada a cabo hace unos meses e invalidado políticamente por la falta de resultados de ésta, no está en condiciones de realizar.
Las cuentas, sin embargo, no saldrán, porque los elementos de la suma no están dados. Y ya se sabe que lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible.
Pocos sitios existen en que las contradicciones entre los múltiples factores que definen la política contemporánea se den cita con tanta intensidad. La religión (dejemos a un lado el carácter fanático de los seguidores de unas y otras), los conflictos de clase, los nacionalismos, la cultura derivada de todo ello... son ingredientes que dejan notar su presencia netamente. Habrá veces que el guiso denote un regusto más a esto que a aquello, en otras cambiará el gusto y el matiz será distinto; pero siempre están presentes los mismos elementos.
Sin ánimo de ser cenizo (que lo soy, de todas formas), diré que Obama no tiene ninguna posibilidad de conseguir esa meta. Para hacerlo sería imprescindible una de dos cosas: que el gestor de tal proeza estuviera dispuesto a tratar las aspiraciones israelíes con similar consideración a las de los palestinos; o que éstos estuvieran dispuestos a capitular tras una prolongada e intensa cadena de derrotas. Ni una cosa ni la otra ocurren en estos momentos.
Obama hizo de la pretensión de acabar con la influencia de los lobbys en la política norteamericana una seña de identidad que cautivó a cientos de miles de personas en aquel país. Para sorpresa de muchos (me incluyo), hizo efectivamente una política práctica de alejamiento de ellos nada más alcanzar la Presidencia. Pero hubo una excepción, la más significativa de todas: el lobby judío. Obama se apoyó en él intensamente durante su campaña y esos servicios nunca pueden dejar de pagarse. Obama es prisionero de los intereses de ese lobby en medida similar a como lo han sido antes otros presidentes norteamericanos. Es también, por lo tanto, un presidente consustancialmente incapaz de tomar en consideración las aspiraciones palestinas al mismo nivel que las del Estado de Israel.
Por su parte, los palestinos no están derrotados. Han sido masacrados durante el reciente genocidio orquestado por Israel y sobreviven malamente con una economía inexistente a la que la desidia de sus pretendidos países amigos deja en estado de práctica inanición. Pero todo eso no es más que el paisaje habitual de la población y de los militantes palestinos, sean de la corriente política o religiosa que sean, desde hace décadas. Hamas ganó prestigio e influencia política tras las últimas acciones de castigo israelíes, y así han tenido que reconocerlo los propios norteamericanos. No están, pues, los palestinos abocados a ceder ahora lo que no cedieron en plenas hostilidades.
Más bien parece que Israel podría haber considerado la necesidad de pedir al Tío Sam que realice unas gestiones que ese país, deslegitimado por la guerra de castigo llevada a cabo hace unos meses e invalidado políticamente por la falta de resultados de ésta, no está en condiciones de realizar.
Las cuentas, sin embargo, no saldrán, porque los elementos de la suma no están dados. Y ya se sabe que lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible.
Comentarios
Ese es mi deseo, y ojala se cumpla y termine el odio entre las dos comunidades.
Un saludo
Un saludo
Creo que nunca antes había sido tan pesimista acerca de la causa (no puedo llamarla de otra manera)..
Hay que tener en cuenta que dicho conflicto no se solucionará nunca, mas que nada porque a nadie (excepto los pueblos) le conviene, ni a Israel, ni a la comunidad internacional, ni a USA, ni a los gobernantes árabes (dictaduras títeres, en mayor o menor medida).
El conflicto es "la gallina de los huevos de oro" para muchos, y esos muchos son muy poderosos y no permitirán que la gallina se muera..
Un abrazo