A la memoria de Javier Ortiz
Conocí a Javier Ortiz en los años ochenta, cuando él militaba, un poco por afuera, en el Movimiento Comunista, y yo lo hacía en la Liga Comunista Revolucionaria. Andaba entonces la peña imaginando mil y una maneras de dar más empaque, más medios a la protesta contra las intenciones del PSOE de meternos en la OTAN de cabeza, y habíamos logrado entre todos montar un movimiento francamente impresionante en lo que a duración y participación se refiere.
Una de las muchas iniciativas que lanzamos en la Comisión AntiOTAN de Madrid fue la puesta en marcha de una emisora, inserta en el efímero y entonces en alza movimiento de radios libres. Las frecuencias aún no se habían vendido al mejor postor, como ocurrió poco después, y era posible aprovechar determinadas rendijas de la Ley para fraguar un medio que, no hay que engañarse, era mucho más de propaganda que de información, pero mezclado con poderosos aditamentos de cultura de diverso pelaje y de humor a veces de bastante buena factura.
La radio -Radio Cero, "la radio AntiOTAN"- emitía en Madrid en el 107,5 de la FM y la pusimos en marcha con unos recursos técnicos no demasiado poderosos -como era de esperar-, pero medianamente suficientes para estar dando la lata durante unos años. Se puso entre mucha gente el dinero necesario para alquilar un pequeño local en una torre no demasiado alta junto a la Glorieta de San Bernardo y la emblemática Plaza del Dos de Mayo, y para hacernos con una emisora, una mesa de mezclas, una antena más bien insuficiente y unos cuantos tocadiscos y magnetos. Yo me conté entre las ocho o diez personas que nos encargamos de los diferentes aspectos de la puesta en marcha de la emisora, entre ellos el de hacerme cargo de uno de los días clave de emisión, los viernes. El sistema es que había una persona de lunes a domingo que se responsabilizaba del funcionamiento de la emisora, de la continuidad de la emisión si fallaba algún programa y de la elaboración de un magazine de aproximadamente dos horas, entre 8 y 10 de la noche.
En la preparación de ese magazine fue donde conocí a Javier. Yo nunca había hecho radio, sólo había escrito modestamente en prensa (y aun así, tan sólo en la prensa de mi partido), por lo que Javier, junto a otos compañeros ya avezados periodistas, ayudaron a todo lo necesario para intentar hacer un magazine medianamente decente. Si bien creo que sus desvelos resultaron inútiles (la profesionalidad no se improvisa, ni siquiera en un mes), lo cierto es que me dejó bastante impresionado el dominio que tenía de una profesión que, aun desarrollándola en medio distinto al radiofónico, era palpable. Sabía de tiempos, de ritmos, de pausas, de tonos... Y sabía explicarlo.
Poco después surgió otra aventura, de más calado y más ilusión. El diario Liberación fue, quizás, el primer y último intento de impulsar un medio afín, o como minimo no hostil a los planteamientos de la izquierda más radical de este país. Su vida fue breve porque creo que hubo un mal cálculo respecto a las posiblidades reales de tamaña apuesta y porque no fue posible hacerse con la plantilla necesaria para dotar de la infraestructura informativa mínima a un proyecto bastante interesante. Colaboré también en ese proyecto y también fue a su lado como lo hice.
Y ahora está muerto.
Y yo descubro que él también soy yo, o que yo también era él, aunque fuera un poquito. El poquito justo correspondiente a los dos minutos al año en que Javier pudiera acordarse de lo mismo que ahora me estoy acordando, y no sé si de mí, y seguramente de todos los compañeros que entonces andábamos de un lado para otro, dejándonos demasiadas horas del día y la noche pegadas a no sé qué sofás y sillas desvencijadas en locales siempre rotos, con paredes siempre húmedas y una antena insuficiente.
Y como el ser humano es siempre un poco egoísta, y yo más, me estoy poniendo tan triste que empiezo a sentir más lástima por mí que dolor por él, y sólo me consolaría que alguien me dijera que vaya error más tonto (¿cómo es que no has confirmado la noticia?), que no se ha muerto y que todavía puedo ver su foto prendida en un diario que va bastante bien, encabezando una columna que casi todo el mundo lee.
Un abrazo muy fuerte, Javier.
Una de las muchas iniciativas que lanzamos en la Comisión AntiOTAN de Madrid fue la puesta en marcha de una emisora, inserta en el efímero y entonces en alza movimiento de radios libres. Las frecuencias aún no se habían vendido al mejor postor, como ocurrió poco después, y era posible aprovechar determinadas rendijas de la Ley para fraguar un medio que, no hay que engañarse, era mucho más de propaganda que de información, pero mezclado con poderosos aditamentos de cultura de diverso pelaje y de humor a veces de bastante buena factura.
La radio -Radio Cero, "la radio AntiOTAN"- emitía en Madrid en el 107,5 de la FM y la pusimos en marcha con unos recursos técnicos no demasiado poderosos -como era de esperar-, pero medianamente suficientes para estar dando la lata durante unos años. Se puso entre mucha gente el dinero necesario para alquilar un pequeño local en una torre no demasiado alta junto a la Glorieta de San Bernardo y la emblemática Plaza del Dos de Mayo, y para hacernos con una emisora, una mesa de mezclas, una antena más bien insuficiente y unos cuantos tocadiscos y magnetos. Yo me conté entre las ocho o diez personas que nos encargamos de los diferentes aspectos de la puesta en marcha de la emisora, entre ellos el de hacerme cargo de uno de los días clave de emisión, los viernes. El sistema es que había una persona de lunes a domingo que se responsabilizaba del funcionamiento de la emisora, de la continuidad de la emisión si fallaba algún programa y de la elaboración de un magazine de aproximadamente dos horas, entre 8 y 10 de la noche.
En la preparación de ese magazine fue donde conocí a Javier. Yo nunca había hecho radio, sólo había escrito modestamente en prensa (y aun así, tan sólo en la prensa de mi partido), por lo que Javier, junto a otos compañeros ya avezados periodistas, ayudaron a todo lo necesario para intentar hacer un magazine medianamente decente. Si bien creo que sus desvelos resultaron inútiles (la profesionalidad no se improvisa, ni siquiera en un mes), lo cierto es que me dejó bastante impresionado el dominio que tenía de una profesión que, aun desarrollándola en medio distinto al radiofónico, era palpable. Sabía de tiempos, de ritmos, de pausas, de tonos... Y sabía explicarlo.
Poco después surgió otra aventura, de más calado y más ilusión. El diario Liberación fue, quizás, el primer y último intento de impulsar un medio afín, o como minimo no hostil a los planteamientos de la izquierda más radical de este país. Su vida fue breve porque creo que hubo un mal cálculo respecto a las posiblidades reales de tamaña apuesta y porque no fue posible hacerse con la plantilla necesaria para dotar de la infraestructura informativa mínima a un proyecto bastante interesante. Colaboré también en ese proyecto y también fue a su lado como lo hice.
Y ahora está muerto.
Y yo descubro que él también soy yo, o que yo también era él, aunque fuera un poquito. El poquito justo correspondiente a los dos minutos al año en que Javier pudiera acordarse de lo mismo que ahora me estoy acordando, y no sé si de mí, y seguramente de todos los compañeros que entonces andábamos de un lado para otro, dejándonos demasiadas horas del día y la noche pegadas a no sé qué sofás y sillas desvencijadas en locales siempre rotos, con paredes siempre húmedas y una antena insuficiente.
Y como el ser humano es siempre un poco egoísta, y yo más, me estoy poniendo tan triste que empiezo a sentir más lástima por mí que dolor por él, y sólo me consolaría que alguien me dijera que vaya error más tonto (¿cómo es que no has confirmado la noticia?), que no se ha muerto y que todavía puedo ver su foto prendida en un diario que va bastante bien, encabezando una columna que casi todo el mundo lee.
Un abrazo muy fuerte, Javier.
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Salud y República
Un saludo
Un beso y mucho ánimo.