La historia, según la vivió cada cual
El 24 de enero de 1977 asesinaron o hirieron gravemente a varios abogados y trabajadores de un bufete laboralista en al calle Atocha, de Madrid, todos ellos miembros de CCOO y del PCE. Los autores fueron miembros de la denominada Alianza Apostólica Anticomunista(AAA, significativamente las mismas siglas que la tristemente famosa Triple A argentina), al servicio de los capos del mafioso y fascista Sindicato Vertical, ya entonces en pleno proceso de caída y putrefacción pero dispuestos a vender cara su derrota (cara para los demás; para ellos, gratis). Los autores materiales fueron apresados, juzgados y condenados, así como un capitoste del Sindicato de Transporte, a títulos de inductor. Quedaron más que razonables dudas de que éste fuera el único implicado en las altas esferas del régimen, pero se dio por zanjado el asunto.
Se estaba en ese momento en pleno proceso de negociación para la legalización del Partido Comunista de España, una negociación entre el gobierno de Adolfo Suárez y el propio PCE que aparecía por entonces como de incierto resultado, aunque el mero hecho de que se hubiese comenzado ya indicaba que las cosas estaban en camino. El PCE era, por tanto, un partido agobiado por su propio peso político y acuciado por la necesidad de dar la talla como parte imprescindible de una negociación de cuyos resultados podían depender a corto plazo las expectativas de la después llamada Transición.
En ese contexto hay que entender la demostración que ese partido hizo ante el Gobierno y ante las demás fuerzas políticas. Una demostración de poder y control sin precedentes en la historia moderna de España, consistente en convocar a una manifestación de repudio al asesinato y, al mismo tiempo, extender la consigna de que tal manifestación no podía desbordar los estrechos límites de la expresión del dolor y la rabia, pero sin convertirse en una protesta, y mucho menos violenta, contra el régimen. Debía ser una protesta silenciosa.
Es difícil acertar con la cifra de personas reunidas en el área en torno a la plaza de Colón, pero con seguridad superaría las cien mil personas. Esta cifra, teniendo en cuenta que España seguía siendo una dictadura en la que se asesinaba a los opositores con el conocimiento, la connivencia y a veces la participación de la Policía, es desmesuradamente alta. La zona de Madrid antes mencionada era un mar de rabia difícilmente contenida cuando los ataúdes salieron de los edificios situados en la aneja Plaza de las Salesas y se dirigieron a la calle de Génova, para desde allí bajar los escasos metros que les separaban de la plaza de Colón y dirigirse por último hacia el cementerio.
En la misma plaza de Colón se hizo ya operativa la consigna que los miles de militantes del PCE tenían de disolver la manifestación, que debía quedar reducida a poco más que un cortejo fúnebre hasta el cementerio. Varios miles de personas (ésta sí que es una cifra imposible de calcular) no estuvimos de acuerdo, sin embargo, con la consigna comunista y comenzamos una manifestación alternativa que avanzó hasta Cibeles y continuó calle Alcalá arriba, camino del cementerio. La policía interceptó la manifestación a la altura de Manuel Becerra, en cuyos alrededores la protesta se convirtió en una lucha entre los manifestantes y los policías, a base de saltos continuos de los primeros, quienes arrojábamos lo que podíamos sobre las fuerzas represivas, y cargas indiscriminadas de éstas, que con fusiles lanza pelotas, botes de humo y disparos de bala, disolvía la protesta varias horas después de comenzada.
Inevitablemente, he contado mi versión, he reproducido el recorrido que yo mismo hice, dominado por la ira al tiempo que acojonado porque en aquellos momentos me encontraba realizando el servicio militar y había salido del cuartel subrepticiamente, al igual que algún otro compañero (si bien con la connivencia sobreentendida de un alférez del IMEC, de guardia aquel día, que debió de pasar tanto o más miedo que yo por las posibles consecuencias de su permisividad). Como suele ocurrir, cada cual cuenta la feria según le fue en ella. Mi recuerdo se resume en la rabia por los asesinatos y la ira provocada por la consigna del PCE, que por primera vez dejaba ver a las claras que aceptaba tratar a "sus" muertos como moneda de cambio en una negociación política. La derecha de entonces (y la de ahora, todavía; miren los enlaces en este blog) se lo agradeció muchísimo.
En todas partes pueden verse fotos de la manifestación silenciosa, ya que en eso se condensaba la consigna de contención lanzada por el PCE: en que la manifestación debía ser silenciosa, sin grito alguno (y no creo que a nadie le queden dudas sobre la imposición de tal consigna por parte del Gobierno de Suárez). Es una manifestación de decenas de miles de personas abarrotando la plaza de Colón y alrededores, aupadas a los escasos elementos de mobiliario urbano de la zona, incluyendo la plataforma sobre la que se alza la estatua de Colón. No he encontrado, sin embargo, fotos de la protesta paralela que a partir de cierto momento se formó, ya sin el control del PCE. Con seguridad, militantes de ese partido se unieron también a esa protesta paralela, posiblemente indignados, o al menos insatisfechos, con la consigna de su partido. Pero no se encuentran fácilmente documentos gráficos al respecto.
Y se me ocurre que esta llamémosle anécdota, resume bien la historia de la Transición. La inclinación (creo yo que justa y razonable) de cientos de miles de personas se vio canalizada por determinados centros de control y poder en dirección distinta a la que de manera natural se habría expresado. Volvió a ocurrir tras el golpe de Estado del 23-F, en la manifestación de repulsa al mismo que días después (días, no horas) se organizó, y en la que unos pocos (entonces sí que se trataba de muy pocos) manifestantes no quisimos aceptar de nuevo la consigna del silencio e intentamos realizar una manifestación más intransigente, siendo reprimidos por la policía ante la indiferencia e incluso colaboración del servicio de orden de la manifestación, compuestos por militantes del PCE y de CCOO. En ambas ocasiones la actitud más radical fue marginada y silenciada, no quedando constancia de ella después. ¿Les suena de algo esto que podríamos llamar "perversión de la memoria histórica"?
Nos dirán los defensores de aquéllas políticas que también en la derecha hubo quienes moderaron a los suyos y bregaron para encontrar un camino de entendimiento entre los españoles que dio por fruto la democracia de la que disfrutamos. Y es verdad. Es verdad en toda su extensión, dándole a la expresión "la democracia de la que disfrutamos" el sentido que cada cual considere más adecuado.
Lo que está por ver es qué hubiera pasado si ese mismo poder y capacidad de control del mayor partido de la oposición de izquierda al régimen se hubiese canalizado por otros derroteros. Si no hubiese habido ese reconocimiento previo de impotencia que la dirección del PCE pareció tener a partir de mediados de los años sesenta y que desembocó en ese entregarse con armas y bagajes.
Y con muertos, claro. Nunca hay que olvidar a los muertos.
Se estaba en ese momento en pleno proceso de negociación para la legalización del Partido Comunista de España, una negociación entre el gobierno de Adolfo Suárez y el propio PCE que aparecía por entonces como de incierto resultado, aunque el mero hecho de que se hubiese comenzado ya indicaba que las cosas estaban en camino. El PCE era, por tanto, un partido agobiado por su propio peso político y acuciado por la necesidad de dar la talla como parte imprescindible de una negociación de cuyos resultados podían depender a corto plazo las expectativas de la después llamada Transición.
En ese contexto hay que entender la demostración que ese partido hizo ante el Gobierno y ante las demás fuerzas políticas. Una demostración de poder y control sin precedentes en la historia moderna de España, consistente en convocar a una manifestación de repudio al asesinato y, al mismo tiempo, extender la consigna de que tal manifestación no podía desbordar los estrechos límites de la expresión del dolor y la rabia, pero sin convertirse en una protesta, y mucho menos violenta, contra el régimen. Debía ser una protesta silenciosa.
Es difícil acertar con la cifra de personas reunidas en el área en torno a la plaza de Colón, pero con seguridad superaría las cien mil personas. Esta cifra, teniendo en cuenta que España seguía siendo una dictadura en la que se asesinaba a los opositores con el conocimiento, la connivencia y a veces la participación de la Policía, es desmesuradamente alta. La zona de Madrid antes mencionada era un mar de rabia difícilmente contenida cuando los ataúdes salieron de los edificios situados en la aneja Plaza de las Salesas y se dirigieron a la calle de Génova, para desde allí bajar los escasos metros que les separaban de la plaza de Colón y dirigirse por último hacia el cementerio.
En la misma plaza de Colón se hizo ya operativa la consigna que los miles de militantes del PCE tenían de disolver la manifestación, que debía quedar reducida a poco más que un cortejo fúnebre hasta el cementerio. Varios miles de personas (ésta sí que es una cifra imposible de calcular) no estuvimos de acuerdo, sin embargo, con la consigna comunista y comenzamos una manifestación alternativa que avanzó hasta Cibeles y continuó calle Alcalá arriba, camino del cementerio. La policía interceptó la manifestación a la altura de Manuel Becerra, en cuyos alrededores la protesta se convirtió en una lucha entre los manifestantes y los policías, a base de saltos continuos de los primeros, quienes arrojábamos lo que podíamos sobre las fuerzas represivas, y cargas indiscriminadas de éstas, que con fusiles lanza pelotas, botes de humo y disparos de bala, disolvía la protesta varias horas después de comenzada.
Inevitablemente, he contado mi versión, he reproducido el recorrido que yo mismo hice, dominado por la ira al tiempo que acojonado porque en aquellos momentos me encontraba realizando el servicio militar y había salido del cuartel subrepticiamente, al igual que algún otro compañero (si bien con la connivencia sobreentendida de un alférez del IMEC, de guardia aquel día, que debió de pasar tanto o más miedo que yo por las posibles consecuencias de su permisividad). Como suele ocurrir, cada cual cuenta la feria según le fue en ella. Mi recuerdo se resume en la rabia por los asesinatos y la ira provocada por la consigna del PCE, que por primera vez dejaba ver a las claras que aceptaba tratar a "sus" muertos como moneda de cambio en una negociación política. La derecha de entonces (y la de ahora, todavía; miren los enlaces en este blog) se lo agradeció muchísimo.
En todas partes pueden verse fotos de la manifestación silenciosa, ya que en eso se condensaba la consigna de contención lanzada por el PCE: en que la manifestación debía ser silenciosa, sin grito alguno (y no creo que a nadie le queden dudas sobre la imposición de tal consigna por parte del Gobierno de Suárez). Es una manifestación de decenas de miles de personas abarrotando la plaza de Colón y alrededores, aupadas a los escasos elementos de mobiliario urbano de la zona, incluyendo la plataforma sobre la que se alza la estatua de Colón. No he encontrado, sin embargo, fotos de la protesta paralela que a partir de cierto momento se formó, ya sin el control del PCE. Con seguridad, militantes de ese partido se unieron también a esa protesta paralela, posiblemente indignados, o al menos insatisfechos, con la consigna de su partido. Pero no se encuentran fácilmente documentos gráficos al respecto.
Y se me ocurre que esta llamémosle anécdota, resume bien la historia de la Transición. La inclinación (creo yo que justa y razonable) de cientos de miles de personas se vio canalizada por determinados centros de control y poder en dirección distinta a la que de manera natural se habría expresado. Volvió a ocurrir tras el golpe de Estado del 23-F, en la manifestación de repulsa al mismo que días después (días, no horas) se organizó, y en la que unos pocos (entonces sí que se trataba de muy pocos) manifestantes no quisimos aceptar de nuevo la consigna del silencio e intentamos realizar una manifestación más intransigente, siendo reprimidos por la policía ante la indiferencia e incluso colaboración del servicio de orden de la manifestación, compuestos por militantes del PCE y de CCOO. En ambas ocasiones la actitud más radical fue marginada y silenciada, no quedando constancia de ella después. ¿Les suena de algo esto que podríamos llamar "perversión de la memoria histórica"?
Nos dirán los defensores de aquéllas políticas que también en la derecha hubo quienes moderaron a los suyos y bregaron para encontrar un camino de entendimiento entre los españoles que dio por fruto la democracia de la que disfrutamos. Y es verdad. Es verdad en toda su extensión, dándole a la expresión "la democracia de la que disfrutamos" el sentido que cada cual considere más adecuado.
Lo que está por ver es qué hubiera pasado si ese mismo poder y capacidad de control del mayor partido de la oposición de izquierda al régimen se hubiese canalizado por otros derroteros. Si no hubiese habido ese reconocimiento previo de impotencia que la dirección del PCE pareció tener a partir de mediados de los años sesenta y que desembocó en ese entregarse con armas y bagajes.
Y con muertos, claro. Nunca hay que olvidar a los muertos.
Comentarios
Cuando en el post escribes "La derecha de entonces (y la de ahora, todavía; miren los enlaces en este blog) se lo agradeció muchísimo", me podrías explicar lo de "miren los enlaces en este blog?. Tu verdad es mejor que la verdad que yo cuento?, ¿dista mucha la tuya de la mía?, ¿a qué enlaces te refieres?
Si no te importa, me gustaría que me lo explicases.
Un saludo