Hambre de victorias

Ya saben ustedes que en la izquierda hay muchos mitos. Uno de ellos, quizás el más poderoso, es el del ensalzamiento de la derrota como una especie de herramienta catárquica que nos permite (ya ven que me incluyo) interiorizar de manera no problemática toda una experiencia, propia y ajena, de miles de luchas y sólo unas decenas de victorias. Si uno mezcla una parte de injusticia con otra de lucha y una tercera de derrota, añade unas gotas de tortura y lo sirve en una copa ancha en cuyo fondo se ha dispuesto un lecho de muertos on the rocks, tendrá un cóctel un poco amargo de sabor pero con mucho cuerpo y capaz de resistir el paso de los años.

Como alternativa a esta actitud que algunos calificarían de masoquista (y que, sin embargo, no lo es en absoluto), una parte mayoritaria de la sociedad con pensamiento de izquierda ha ido depurando un método para superar ese incómodo sentimiento de permanente derrota: la militancia en el sector más centrista (¡bendito eufemismo!) de las organizaciones de izquierda. Una vez situados allí, estas personas han aprendido a disfrutar de algo a lo que el resto de los mortales izquierdosos no podemos acceder: la esperanza. ¡Lejos de mí atormentar a nadie con la insoportable referencia a una noche de placer con la presidenta de la Comunidad de Madrid! Antes bien, me refiero a la válvula de escape que para estas gentes supone, de manera periódica, la aparición de una esperanza blanca en algún lugar del mundo. A veces, incluso, en la propia casa, con lo que el disfrute alcanza cotas mucho mayores.

¿He dicho blanca? En este caso, es obvia la disfunción de mis órganos sensoriales, ya que la más reciente de esas esperanzas es precisamente todo lo contrario. Pero sólo en eso yerro la apreciación. En el resto, Obama cumple a la perfección los requisitos para ser investido como mito de la izquierda. Como bien me puntualizaría Animal (que se ha ganado a pulso el privilegio de no ser "doneado" en esta bitácora porque él detesta un poco esa costumbre), un mito ha de reunir ciertas condiciones para serlo, y Obama no las reúne todas. Pero sabrá mi buen amigo ser indulgente con mi proposición porque la expongo en sentido lo suficientemente figurado como para que así lo haga él.

Obama ha mostrado, a lo largo de su campaña electoral, dos tipos de cosas a todo el mundo: una, la ilusión como arma de movilización y de regeneración; otra, un programa con más elementos de los que aquí llamaríamos progresistas que los que sus antecesores demócratas han planteado, pero también con los suficientes signos de respeto absoluto al sistema como para dudar razonablemente de la capacidad de ese programa para cambiar nada sustancial en la vida de millones de norteamericanos, por no hablar de los habitantes de fuera de esas fronteras. Sin embargo, como era de esperar, la izquierda en casi todo el mundo (y no sólo la más moderada) ha querido caer rendida a los pies de Obama mirando tozudamente la primera de las dos cosas mostradas y pasando muy de puntillas sobre la segunda. Lo ha hecho con la misma prontitud con la que un vencido se apresura a aceptar cualquier ventaja inesperada de su vencedor, con la prisa de quien quiere volverse hacia sí mismo y gritarse: "¡hemos ganado; al fin hemos ganado!".

Tenemos hambre de victorias, de sentirnos ganadores o, al menos, de sentir que podemos estar en el camino de ganar algo. Es más, yo diría que preferimos decir que estamos en el camino porque esa leve puerta abierta al sensato escepticismo nos permite disfrutar más y sin mala conciencia de la embriagadora sensación de ganar.

No lo reprocho, nadie debería reprocharlo en serio. Pero quiero desde aquí enviar a mis amigos y amigas situados en esa euforia un mensaje sin un ápice de mala leche: no se trata, en mi opinión, de tener fe ni de esperar un golpe de suerte; se trata de que, descartados los superhéroes por improbables y pasados de moda, ningún humano puede introducir en la maquinaria de este capitalismo fuera de madre una barra de hierro que frene el tren rápidamente. Todo lo rápidamente, al menos, que sería necesario para evitar un choque muy grande que se adivina próximo y del que quizás queden pocos supervivientes.

Dicho lo cual, y dado que tampoco yo conozco a ningún superhéroe que sí pueda hacerlo, disfrute cada cual de su esperanza con el color que más le guste. Y Dios en la de todos, que decía mi madre.

Comentarios

Jordi Gomara (itaca2000) ha dicho que…
Aunque seas madridista, sueles escribir cosas sensatamente interesantes; por eso te quiero tanto.

Salutacions fraternals
Jordi
AF ha dicho que…
Lo del madridismo puede solucionarse si se me hace una oferta interesante, que yo, como Groucho y sus principios, ya sabe usted, don Jordi.

Me alegro infinito de saber de usted. Un saludo.