Por qué no podemos con Franco
Dice el titular de portada del diario Público de hoy que "Garzón no puede con Franco". La forma de decirlo es algo sensacionalista, pero no se aleja de la verdad. Y ahí me duele (y nos debería doler a todos), porque en realidad somos todas las personas decentes las que "no podemos" con Franco. Y es que estamos dejando que los jueces secuestren la iniciativa política y la sustituyan por lo que no es más que un procedimiento técnico dispar y confuso, tan confuso que los mismos técnicos que lo administran y aplican no saben a ciencia cierta cómo manejarlo en muchas ocasiones.
Porque, ya lo he repetido en anteriores ocasiones, los jueces en España no pasan de ser, en su inmensa mayoría, unos simples técnicos, judiciales en este caso, que se ciñen a los mecanimos abstrusos de la administración de Justicia, que es algo muy alejado de la Justicia en sí misma. Y por tanto, sus motivaciones para entrar a perseguir o no un delito o la sombra del mismo, pueden tener poco que ver con lo que la gran mayoría de las personas normales entendemos como razonable.
Los crímenes del franquismo no son de una naturaleza tal que sea un juez quien deba juzgarlos. No tiene categoría suficiente para ello. Son los pueblos, a través de los tiempos, quienes deben hacerlo, con sus propios medios, organizándose para perseguir a los criminales políticos, a los genocidas como Franco. Sólo si hay una intensa movilización social y política para tumbar el recuerdo macabro de ese asesino y de otros como él, podrá haber verdadera justicia. Sólo si hay el correspondiente linchamiento público del recuerdo de los asesinos, podrá haber justicia impartida sensatamente. Y digo linchamiento, no quito letra alguna.
Si nos olvidáramos de lo políticamente correcto y de lo políticamente oportuno (dos conceptos que van de la mano para enturbiar la verdadera política y convertirla en mera administración de intereses) y diéramos la espalda a las vanas ilusiones de un futuro mejor cimentado en el asentimiento y en la agachada de orejas; si cambiáramos la inacción por la turbulencia, con cabeza pero también con fuerza, ningún juez frenaría la consecución de una justicia elemental, que consiste en algo tan simple como declarar asesino a Franco y genocida a su régimen, reconocer la culpabilidad de todos cuantos participaron o se aprovecharon de él, y dejar en su sitio la memoria de quienes atentaron contra la paz y la justicia en su día y la de aquellos que se les opusieron.
Y no sería necesario inhumar los restos del propio Franco, que a estas alturas, sinceramente, me importan un pimiento.
Porque, ya lo he repetido en anteriores ocasiones, los jueces en España no pasan de ser, en su inmensa mayoría, unos simples técnicos, judiciales en este caso, que se ciñen a los mecanimos abstrusos de la administración de Justicia, que es algo muy alejado de la Justicia en sí misma. Y por tanto, sus motivaciones para entrar a perseguir o no un delito o la sombra del mismo, pueden tener poco que ver con lo que la gran mayoría de las personas normales entendemos como razonable.
Los crímenes del franquismo no son de una naturaleza tal que sea un juez quien deba juzgarlos. No tiene categoría suficiente para ello. Son los pueblos, a través de los tiempos, quienes deben hacerlo, con sus propios medios, organizándose para perseguir a los criminales políticos, a los genocidas como Franco. Sólo si hay una intensa movilización social y política para tumbar el recuerdo macabro de ese asesino y de otros como él, podrá haber verdadera justicia. Sólo si hay el correspondiente linchamiento público del recuerdo de los asesinos, podrá haber justicia impartida sensatamente. Y digo linchamiento, no quito letra alguna.
Si nos olvidáramos de lo políticamente correcto y de lo políticamente oportuno (dos conceptos que van de la mano para enturbiar la verdadera política y convertirla en mera administración de intereses) y diéramos la espalda a las vanas ilusiones de un futuro mejor cimentado en el asentimiento y en la agachada de orejas; si cambiáramos la inacción por la turbulencia, con cabeza pero también con fuerza, ningún juez frenaría la consecución de una justicia elemental, que consiste en algo tan simple como declarar asesino a Franco y genocida a su régimen, reconocer la culpabilidad de todos cuantos participaron o se aprovecharon de él, y dejar en su sitio la memoria de quienes atentaron contra la paz y la justicia en su día y la de aquellos que se les opusieron.
Y no sería necesario inhumar los restos del propio Franco, que a estas alturas, sinceramente, me importan un pimiento.
Comentarios
Gracias
Creo que Garzón ha actuado esta vez de una manera bastante irresponsable.
España es diferente, por desgracia.