Grandes luchas del futuro (I): la miel eléctrica

Leo en El País de ayer un artículo sobre la inminente llegada, esta vez para quedarse, de los coches eléctricos. En el texto, y en muchos otros a lo largo de las últimas décadas, se puede constatar que, de forma prácticamente probada, el uso de la electricidad para mover vehículos de manera eficiente es una realidad instalada desde hace mucho tiempo. Si estos vehículos no conforman ahora la mayoría del parque móvil mundial es debido a la conspiración (no de otro modo puede llamarse) que narra, entre otros, un documental reciente llamado ¿Quién mató al coche eléctrico? Debería ser bienvenida, pues, la prometida inmediatez de este tipo de vehículos. Los buenos sentimientos medioambientales de cada vez más de nosotros podrán descansar un poco en su constante sobresalto ecológico.

Pero, acostumbrado ya a recibir con alborozo muchos de los grandes avances de la humanidad para, pocos años o meses después, encontrarme con la decepción de que el tal avance era un fiasco, o simplemente un fraude, o que estaba provocando más problemas de los que solucionaba, me he puesto automáticamente en guardia ante la noticia.

Porque tras el fiasco mortal de los llamados biocombustibles (el famoso biodiesel), que a los pocos meses de haber presentado su cara amable, casi de revolución verde, ya estaban mostrando la otra cara, la monstruosa, haciéndonos ver que su uso conduce directamente a la muerte por hambre de millones de personas en el planeta, y al encarecimiento brutal de los precios de alimentos básicos para el conjunto de la población. Tras este fiasco, digo, enseguida se pone uno a intentar verle a cada propuesta su parte trasera.

Los coches eléctricos usarían dos elementos básicos para dotarse de la energía necesaria para circular: la energía eléctrica propiamente dicha y las baterías que la almacenarían y que harían las veces del depósito de combustible de los coches actuales. En cuanto a la electricidad, no sé cómo piensan obtener la necesaria para abastecer el enorme exceso que, en relación con el consumo actual, representaría su uso para impulsar vehículos. Y en cuanto a las baterías, el mencionado artículo asegura que las de iones de litio son las que tienen más posibilidades de encargarse del almacenamiento. Si así fuese, el litio no es, creo, un elemento fácilmente renovable, y aunque su abundancia es significativa en la naturaleza, no deja de ser agotable a corto plazo.

Las posibilidades de negocio que estas expectativas de usos energéticos para los coches abren, son como la miel a la que acuden las grandes corporaciones. Es por eso que podemos contar con la continuidad de encarnizadas luchas por el control de las grandes compañías eléctricas del mundo. Y es por ello también que podemos augurar a Chile y Bolivia, que cuentan con las mayores reservas de litio del planeta, un futuro incierto en lo que a su soberanía se refiere.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Interesante análisis de un interesante tema. Habrá que ver como evoluciona, aunque no soy optimista.

Saludos
Freia ha dicho que…
¿Y qué ocurriría con el almacenamiento de las baterias una vez que éstas fueran inservibles? Se reutilizarían, se reciclarían o empezarían a proliferar cementerios de baterías de litio?.
Un besazo.
P.D. Espero verte el sábado...¡sin excusas!
zalakain ha dicho que…
Bueno, yo creo que es una interesante perspectiva, que permite soñar con limpiar el aire de las ciudades, aunque no necesariamente el de la atmósfera en su conjunto: por un lado, la energía eléctrica hay que producirla de algún modo y, por otro, el rendimiento energético del conjunto (producción de electricidad, acumulación y consumo) debe de ser mucho menor que el actual.

Quienes desde luego se frotan las manos con la idea son los partidarios de la reactivación de la energía nuclear, que harán -aquí ya la hacen- campaña loando la limpieza -y seguridad- de las centrales.

Saludos