Ideologías militares
Dice Pedro Pitarch, teniente general del Ejército español y recién nombrado comandante general del Cuerpo de Ejército Europeo (la fuerza militar de la Unión Europea), que no hay que ser de derechas para ser militar, cosa que sin duda don Luis Solana estaría gustosamente presto a certificar. La afirmación tiene más harina de la que puede parecer en un principio, porque con la que está cayendo por el mundo, con el protagonismo que en tanto tinglado tienen los militares, decir lo que dice Pitarch puede llevar a pensar que, por extensión, el Ejército puede ser una cosa maja que se dedica a la búsqueda del bienestar para la gente. Y yo admito que se puede ser militar y no ser de derechas, pero eso no significa que se pueda tan fácilmente ser de izquierdas, que es la ideología que busca el bienestar de la gente en general, más allá del bienestar propio.
Es notorio cómo desde hace un par de décadas, las fuerzas militares de los países europeos, con la excepción de Rusia, han buscado un disfraz de seda para ocultar a la mona del refrán. El disfraz lleva bordado a la altura del corazón la leyenda "misión humanitaria", y basándose en esa leyenda se produce toda la publicidad que se considera oportuna. Sin embargo, para que el humo no nos impida ver el fuego, es bueno recordar que todas y cada una de las misiones humanitarias que esas fuerzas han ido a realizar han sido a países en los que previamente otra fuerza militar (generalmente de Estados Unidos, pero también de Israel o de Rusia) han armado un buen cirio nada humanitario y sí bastante sangriento.
Las tareas que bajo ese manto humanitario se realizan en países como Afganistán, Irak, Líbano, Haití y tantos y tantos otros sitios no podrían ser encargadas a ningún otro contingente no armado y no profesional del enfrentamiento armado. Eso quiere decir que son tareas que cuentan con la oposición armada de algún grupo numeroso y poderoso, generalmente compuesto por naturales del territorio en que la labor "humanitaria" se lleva a cabo. Dándose estas circunstancias, se dan también los requisitos para que, en el momento en que se entable combate entre esos grupos y el contingente "humanitario", se pueda hablar de hecho de una guerra, esté o no declarada formalmente.
Si todavía es válida (y lo es, claro está) la conocida máxima de von Klausewitz, "la guerra no es más que la continuación de la política por otros medios", preciso será admitir que la política que conduce a esas guerras habrá de perseguir forzosamente un objetivo, y éste será lo suficientemente importante como para invertir tan costosos medios y tan dolorosos sacrificios en él. Para ahorrarme y ahorrarles arduos e inútiles argumentos, dejo a la conciencia y la inteligencia de cada cual que escrute de qué objetivos podemos estar hablando para que un estado o conjunto de estados decidan que merece la pena movilizar tales recursos humanos y materiales para alcanzarlos. En caso de no conseguir realizar con claridad tal escrutinio, les aconsejo que pidan una ayudita al hasta hace poco director de la Reserva Federal estadounidense, Alan Greenspan.
Y, qué quieren que les diga, llegados a este punto es cuando me surge la duda: ¿se puede desligar la profesión militar de la práctica de la guerra? Esperen, perdonen, voy a hacer una precisión que, a buen seguro, escandalizará a más de uno: ¿se puede desligar la profesión militar de la práctica de la guerra injusta? Porque hay guerras justas, yo al menos así lo creo. Y la diferencia no está en las guerras mismas, sino en el bando en que se lucha en algunas de ellas.
Tenemos en este país un ejemplo archiconocido que viene enseguida a las mentes de todo el mundo. Hubo quienes hicieron esa guerra con justicia y quienes la hicieron con ignominia. En el bando de quienes la hicieron con justicia hubo también militares profesionales y esto parece abonar la teoría de Pitarch. Yo me pregunto, sin embargo, cuántos de ellos hicieron esa guerra en el bando en que la hicieron por razones de integridad profesional, como pudo ser el caso de Vicente Rojo, y cuántos la hicieron porque creían no ya en la República (que no era intrínsecamente de izquierdas ni de derechas), sino en una revolución que en medio de la propia guerra se intentó hacer por parte de algunos y que se puso todo el empeño en no hacer por parte de otros.
En ese punto sí pueden identificarse impulsos de izquierda o de derechas. Pero hace falta llegar a ese nivel de definición necesaria para valorar mejor si se puede ser militar profesional y no ser de derechas. Mientras se pueda mantener la ilusión de que no se hace más que servir a un estado democrático que utiliza a sus fuerzas armadas para devolver la seguridad y el bienestar a algún pueblo oprimido por terroristas de distinto signo, será fácil convencerse a sí mismo de que se puede ser de izquierdas. Cuando no se pueda mantener ya esa ilusión, las cosas cambiarán. Entonces se verá que un militar profesional difícilmente puede llegar más allá del centro. Si es que tal cosa existe.
Es notorio cómo desde hace un par de décadas, las fuerzas militares de los países europeos, con la excepción de Rusia, han buscado un disfraz de seda para ocultar a la mona del refrán. El disfraz lleva bordado a la altura del corazón la leyenda "misión humanitaria", y basándose en esa leyenda se produce toda la publicidad que se considera oportuna. Sin embargo, para que el humo no nos impida ver el fuego, es bueno recordar que todas y cada una de las misiones humanitarias que esas fuerzas han ido a realizar han sido a países en los que previamente otra fuerza militar (generalmente de Estados Unidos, pero también de Israel o de Rusia) han armado un buen cirio nada humanitario y sí bastante sangriento.
Las tareas que bajo ese manto humanitario se realizan en países como Afganistán, Irak, Líbano, Haití y tantos y tantos otros sitios no podrían ser encargadas a ningún otro contingente no armado y no profesional del enfrentamiento armado. Eso quiere decir que son tareas que cuentan con la oposición armada de algún grupo numeroso y poderoso, generalmente compuesto por naturales del territorio en que la labor "humanitaria" se lleva a cabo. Dándose estas circunstancias, se dan también los requisitos para que, en el momento en que se entable combate entre esos grupos y el contingente "humanitario", se pueda hablar de hecho de una guerra, esté o no declarada formalmente.
Si todavía es válida (y lo es, claro está) la conocida máxima de von Klausewitz, "la guerra no es más que la continuación de la política por otros medios", preciso será admitir que la política que conduce a esas guerras habrá de perseguir forzosamente un objetivo, y éste será lo suficientemente importante como para invertir tan costosos medios y tan dolorosos sacrificios en él. Para ahorrarme y ahorrarles arduos e inútiles argumentos, dejo a la conciencia y la inteligencia de cada cual que escrute de qué objetivos podemos estar hablando para que un estado o conjunto de estados decidan que merece la pena movilizar tales recursos humanos y materiales para alcanzarlos. En caso de no conseguir realizar con claridad tal escrutinio, les aconsejo que pidan una ayudita al hasta hace poco director de la Reserva Federal estadounidense, Alan Greenspan.
Y, qué quieren que les diga, llegados a este punto es cuando me surge la duda: ¿se puede desligar la profesión militar de la práctica de la guerra? Esperen, perdonen, voy a hacer una precisión que, a buen seguro, escandalizará a más de uno: ¿se puede desligar la profesión militar de la práctica de la guerra injusta? Porque hay guerras justas, yo al menos así lo creo. Y la diferencia no está en las guerras mismas, sino en el bando en que se lucha en algunas de ellas.
Tenemos en este país un ejemplo archiconocido que viene enseguida a las mentes de todo el mundo. Hubo quienes hicieron esa guerra con justicia y quienes la hicieron con ignominia. En el bando de quienes la hicieron con justicia hubo también militares profesionales y esto parece abonar la teoría de Pitarch. Yo me pregunto, sin embargo, cuántos de ellos hicieron esa guerra en el bando en que la hicieron por razones de integridad profesional, como pudo ser el caso de Vicente Rojo, y cuántos la hicieron porque creían no ya en la República (que no era intrínsecamente de izquierdas ni de derechas), sino en una revolución que en medio de la propia guerra se intentó hacer por parte de algunos y que se puso todo el empeño en no hacer por parte de otros.
En ese punto sí pueden identificarse impulsos de izquierda o de derechas. Pero hace falta llegar a ese nivel de definición necesaria para valorar mejor si se puede ser militar profesional y no ser de derechas. Mientras se pueda mantener la ilusión de que no se hace más que servir a un estado democrático que utiliza a sus fuerzas armadas para devolver la seguridad y el bienestar a algún pueblo oprimido por terroristas de distinto signo, será fácil convencerse a sí mismo de que se puede ser de izquierdas. Cuando no se pueda mantener ya esa ilusión, las cosas cambiarán. Entonces se verá que un militar profesional difícilmente puede llegar más allá del centro. Si es que tal cosa existe.
Comentarios
En España, la UMD fue perseguida por el franquismo, lo que parece muy natural, pero no fue reivindicada después por el PSOE, y el motivo claramente fue no enfrentarse con el estamento militar, que es un brazo evidente del Estado y que no admite estas cosas.
En otros países los soldados pueden sindicarse, pero los militares profesionales tienen las mismas limitaciones o parecidas a las que tienen en España. Existe una ideología de Estado y ésta es impuesta a quienes quieren trabajar para él en ciertos puestos.
Ahora usted, que es el referente del pensamiento de izquierdas, sabe lo que piensa cada cual por la profesión que ejerce.
¿Un banquero? de derechas. ¿Un torero? de derechas, claro. Un carnicero, de derechas por sangriento. Y así podemos seguir con su teoría.
Por la evolución propia de la carrera de cada uno perdimos el contacto y años más tardes, con una reputación profesional más que asentada (la suya que no la mía) volvimos a vernos y quedamos para comer.
En la conversación de sobremesa advertí que el ideario izquierdista del doctor se había extinguido, ocupando su lugar un bien nutrido argumentario ultraliberal.
Advirtiéndole de su cambio de pensamiento me espetó.
"Es que ahora soy médico, y un médico tiene que ser de derechas".
Con este rollo de abuelo cebolleta quiero afirmar que mi opinión es que la ideología va unida a la persona, no a la profesión, y entiendo que hoy día en España un militar es un profesional.
En realidad, lo que tendría valor sería decir que no hace falta ser monárquico para ser militar. Pero claro, eso no sólo no sería una perogrullada, sino mentira.
En EEUU existe un movimiento de Left libertarians. En cuanto Maria Blanco traduzca el NEW LIBERTARIAN MANIFIESTO le haré el favor de mandárselo al correo.
Lo que si me defino es contrario a los ejércitos estatales y a las guerras ofensivas. Así como al gasto desaforado y a la esclavitud forzosa a la que se somete al contribuyente por un lado y a aquellos reclutados forzadamente por otro. También me opongo frontalmente a las armas de destrucción indiscriminada como las armas atómicas o las bombas de racimo, por contra y sin caer en la contradicción defiendo el pleno derecho a portar armas personales, entendiendo que los estados desarman a los individuos para extender su dominio sobre la sociedad y para imponernos, aun más, su deficiente monopolio de seguridad.
La oposición a Bush y a su guerra invasora es una idea central de la actual acción política de los libertarios estadounidenses (y del resto del mundo a pesar de que en España muchos neocons defiendan a este elemento). Así como a las consecuencias de dicha guerra: más gasto "público", recorte de libertades fundamentales con su Ley patriótica, implantación del D.N.I. obligatorio...
Lo de que la izquierda no puede ser militar es una falacia cuantiosa, un sistema socialista solo puede imponerse por la fuerza de las armas, los ejércitos y la policía política. Así que menos cuentos de ser los defensores del antibelicismo.
Como dijo Rothbard la guerra es la salud del Estado, durante ella se comete todo tipo de atropellos supuestamente temporales que perduran una vez acabado del conflicto. La financiación coactiva de los Estados favorece a la agresión militar, dado que el Estado puede exteriorizar el gasto de la campaña, y el proteccionismo con respecto a productos de otros países es una pieza clave del aumento de las ideologías imperialistas: al reducir el mercado al ámbito de un estado, la única forma de que este mercado crezca es mediante la extensión de las fronteras del Estado ("si las mercancías no pueden cruzar las fronteras lo harán los soldados"), como ocurrió en los estados fascistas del siglo anterior.
Por cierto, también ha admitido otras cosas muy interesantes:
http://www.liberalismo.org/bitacoras/1/4640/
P.D: El Valín, vivo más cerca de ti de lo que jamás hubieras imaginado, saludos. Espero que, a pesar de ser socialista, no estés metido en la mafia local, porque a esos no los defendería ni el mismo AF.
Salud y libre mercado [A$]
http://www.liberalismo.org/bitacoras/1/4640/
No dejen de leerlo, por más que no sea santo de nuestra devoción como antiguo responsable de la criminal FED.