Alquiler o compra
De manera bastante pausada, hoy aquí y mañana allí, va recorriendo la red un cierto debate relacionado con la mejor forma de acceder a una vivienda: comprándola o alquilándola. En la esfera de las bitácoras en las que más me muevo (habitada, supongo, por personas que no entran dentro de la categoría de magnates), la gente suele decantarse por lo segundo, lo cual me parece de perlas, pero lo hace con argumentaciones a las que tengo alguna objeción. Veamos.
En España la compra de una vivienda no tratándose de una persona rica, es un fenómeno de los años sesenta. Fue la época en la que se dio una gran migración del campo a las ciudades y, con ello, la necesidad de encontrar una vivienda en estas últimas. Sin embargo, las ciudades no estaban preparadas para absorber esa súbita y desproporcionada demanda, de forma que no había suficientes pisos en alquiler. La situación dio como resultado el famoso boom de la construcción, caracterizado por la urbanización a marchas forzadas, de mala manera y desaprensivamente, de muchas hectáreas en las afueras de las grandes ciudades. Se contruyeron pisos malos... pero relativamente (insisto: relativamente) baratos. La relatividad de esa baratura fue la que hizo que las familias se endeudaran con las famosas letras. Quedaba inaugurada la hipoteca masiva.
No es fácil hacerse idea de las penurias que la mayoría de familias tuvo que soportar para hacer frente a esas hipotecas. Si pudieron, a pesar de todo, salir adelante (las que pudieron, que también hubo muchos deshaucios) fue gracias al famoso pluriempleo. La época fue de un crecimiento atípico y eso permitió que fuera bastante fácil encontrar un segundo empleo en la ciudad. Resumamos: las hipotecas se pagaron y las viviendas quedaron en propiedad.
Lo que quedó de esa época fue algo muy importante para la mentalidad de las familias: por primera vez, en muchos casos, eran propietarios de algo valioso, una vivienda. Algo que dejar a sus hijos, cuestión que cumple una función de gran significación, sobre todo en la época. Por aquel entonces (digamos de mediados de los años setenta a mediados de los ochenta) ya hay una cultura ampliamente extendida de alquilar pisos, pero se corresponde con gente con un perfil muy determinado: preferentemente joven (a veces muy joven), en régimen de alquiler compartido y, por lo tanto, con una rotación en los arrendamientos muy alta. Eso permitía a los propietarios de los pisos sacarles un beneficio mayor del normal, ya que cada vez que unos inquilinos se iban y el arrendatario ofertaba de nuevo el piso, lo hacía subiendo el precio del mismo, ya que el mercado se lo permitía. Muy pocas regulaciones había por entonces, tan pocas que obligaron al primer gobierno socialista a sacar una nueva ley que pusiera freno a los abusos que pretendían cometer casi siempre los arrendadores.
Así que el alquiler se convirtió, tan sólo hace veinte años o menos, en un sistema caro de solucionar la necesidad de vivienda para una familia, culturalmente ajeno a ella y plagado de problemas derivados de la rapacidad de muchos arrendatarios, que tomaban la norma de desatender sus responsabilidades de mantenimiento para forzar la salida de un inquilino. Un sistema, pues, caro e inseguro. Además, vivir de alquiler no ofrecía el plus que ofrecía la compra: constituir una herencia para los hijos.
La mentalidad derivada de este estado de cosas perdura hasta hoy mismo. Eso no significa que el empeño en comprar vivienda a toda costa sea loable, ni siquiera que sea mejor. Pero de ahí a sentenciar tan alegremente como veo hacerlo, que lo razonable (LO razonable) es alquilar, media un abismo. Lo razonable será alquilar para depende qué personas en depende qué situación. Una política coherente y continuada de construcción de vivienda pública tanto para compra como para alquiler pondrá a disposición de diferentes personas las diferentes modalidades de tener vivienda digna que más se adecuen a sus circunstancias.
En España la compra de una vivienda no tratándose de una persona rica, es un fenómeno de los años sesenta. Fue la época en la que se dio una gran migración del campo a las ciudades y, con ello, la necesidad de encontrar una vivienda en estas últimas. Sin embargo, las ciudades no estaban preparadas para absorber esa súbita y desproporcionada demanda, de forma que no había suficientes pisos en alquiler. La situación dio como resultado el famoso boom de la construcción, caracterizado por la urbanización a marchas forzadas, de mala manera y desaprensivamente, de muchas hectáreas en las afueras de las grandes ciudades. Se contruyeron pisos malos... pero relativamente (insisto: relativamente) baratos. La relatividad de esa baratura fue la que hizo que las familias se endeudaran con las famosas letras. Quedaba inaugurada la hipoteca masiva.
No es fácil hacerse idea de las penurias que la mayoría de familias tuvo que soportar para hacer frente a esas hipotecas. Si pudieron, a pesar de todo, salir adelante (las que pudieron, que también hubo muchos deshaucios) fue gracias al famoso pluriempleo. La época fue de un crecimiento atípico y eso permitió que fuera bastante fácil encontrar un segundo empleo en la ciudad. Resumamos: las hipotecas se pagaron y las viviendas quedaron en propiedad.
Lo que quedó de esa época fue algo muy importante para la mentalidad de las familias: por primera vez, en muchos casos, eran propietarios de algo valioso, una vivienda. Algo que dejar a sus hijos, cuestión que cumple una función de gran significación, sobre todo en la época. Por aquel entonces (digamos de mediados de los años setenta a mediados de los ochenta) ya hay una cultura ampliamente extendida de alquilar pisos, pero se corresponde con gente con un perfil muy determinado: preferentemente joven (a veces muy joven), en régimen de alquiler compartido y, por lo tanto, con una rotación en los arrendamientos muy alta. Eso permitía a los propietarios de los pisos sacarles un beneficio mayor del normal, ya que cada vez que unos inquilinos se iban y el arrendatario ofertaba de nuevo el piso, lo hacía subiendo el precio del mismo, ya que el mercado se lo permitía. Muy pocas regulaciones había por entonces, tan pocas que obligaron al primer gobierno socialista a sacar una nueva ley que pusiera freno a los abusos que pretendían cometer casi siempre los arrendadores.
Así que el alquiler se convirtió, tan sólo hace veinte años o menos, en un sistema caro de solucionar la necesidad de vivienda para una familia, culturalmente ajeno a ella y plagado de problemas derivados de la rapacidad de muchos arrendatarios, que tomaban la norma de desatender sus responsabilidades de mantenimiento para forzar la salida de un inquilino. Un sistema, pues, caro e inseguro. Además, vivir de alquiler no ofrecía el plus que ofrecía la compra: constituir una herencia para los hijos.
La mentalidad derivada de este estado de cosas perdura hasta hoy mismo. Eso no significa que el empeño en comprar vivienda a toda costa sea loable, ni siquiera que sea mejor. Pero de ahí a sentenciar tan alegremente como veo hacerlo, que lo razonable (LO razonable) es alquilar, media un abismo. Lo razonable será alquilar para depende qué personas en depende qué situación. Una política coherente y continuada de construcción de vivienda pública tanto para compra como para alquiler pondrá a disposición de diferentes personas las diferentes modalidades de tener vivienda digna que más se adecuen a sus circunstancias.
Comentarios
¿Es justo que una familia con numerosas propiedades (cuyo origen puede ser muy polémico) perciba un ingreso constante (y creciente, efectivamente) por, productivamente hablando, nada? El desarrollo de un sistema así aumentaría, obviamente, la desigualdad entre las clases a falta de un sistema impositivo adecuado.
Y el sistema impositivo tiende a perder fuerza (menor tipo de gravamen y, especialmente, tipos menos progresivos). Y el impuesto sobre propiedades en decadencia, como lo está la presión fiscal general.
Otra cosa es, en mi opinión, que ese alquiler sea ofrecido por el estado. En ese caso los "beneficios" (menores, por supuesto) del arrendamiento irían a las arcas públicas y no a manos privadas. Una política pública en este sentido, mucho más amplia y extensible, sería para mí la mejor alternativa.
La vivienda no debe ser una mercancía con la que especular, pero tampoco una propiedad con la que hacer negocio.
Pero claro... esto depende del joven y de la familia. No se puede generalizar y afirmar que SIEMPRE lo más adecuado es comprar o alquilar. En estos casos de pensamiento único es donde las políticas fracasan. Hay que adaptarse tanto a las mayorías como a las minorías.
Recién emancipado viví cuatro años de alquiler. Cuando milagrosamente ahorré un poquito me metí en mi primera hipoteca. Cuando vendimos aquel piso seis años después y compramos una vivienda mayor, tras el nacimiento de mi hijo, entré en otra hipoteca. Estaré hipotecado unos cuantos años más, pero no pago más que otros por su alquiler. Dentro de un tiempo razonable dejaré de gastar en ese concepto. Creo que en mi microeconomía personal la solución adoptada ha sido la más acertada.
Lo que dices, Antonio, depende de las circunstancias.
Yo, aunque quisiera, ya no puedo optar a una vivienda en propiedad ... y malamente llego a pagar lo que me piden por el alquiler de un piso normalín en un barrio normalín de una ciudad de provincias (870 €)...
¿De qué tamaño, en qué zona y de qué características encontraría yo un piso para comprar en el que la hipoteca me saliera a 870 € mensuales?
Ya os lo digo yo: no existen...
Vd. que lo conoce bien, sabe que en eso Rivas es un ejemplo. Yo tengo, de los cinco hijos, dos que han sido agraciados en un sorteo con un vivienda pública en Rivas. Pagan una 260 € (65 m2) y otra 300 € (75 m2) Y si les hubiera tocado uno de venta lo hubieran podido comprar al 45% del precio del mercado.
Esa es la cuestión, un precio justo.
Así se puede vivir de alquiler o comprando.
Salud y República