Los republicanos salen del armario
Decían el otro día varios comentaristas en la bitácora de don Luis Solana, en relación con el secuestro de El Jueves, que la cuestión no era entre monarquía y república, dando a entender que ninguna responsabilidad había de la casa Real en la iniciativa de la Fiscalía ni en la decisión ultramontana del juez. Pero es falso, ya lo creo que es falso.
Aun suponiendo que las iniciativas judiciales no se hubieran tomado por exigencia de Felipe de Borbón o de su padre (que yo estoy seguro de que sí que han existido esas exigencias, y casi todos lo estamos también), bien podría, de no haber estado de acuerdo con las medidas tomadas, haber salido a la palestra alguno de ellos para quitar hierro a la cosa y demostrar que no quieren aprovecharse de una maquinaria judicial puesta ignominiosamente a su servicio. Pero no.
Es por ello que se plantea la dicotomía monarquía-república. Porque la delicada muselina rosa con que los partidos del sistema han querido cubrir todo lo referente a la casa Real desde la Transición para acá, comienza a sufrir desgarrones y sietes de mucha relevancia. Comienza a no ser posible evitar que corra como la pólvora la vergonzosa vida muelle que Juan Carlos de Borbón y casi todo su clan disfrutan a costa del dinero público, sin aportar a cambio nada más que la entelequia de su imagen, reducida, en el caso del rey, a la de una especie de mamporrero político de aquellos años setenta del pasado siglo. La otra gran estrella de su firmamento, la supuesta actitud valiente ante el golpe de Estado del 23-F, quedó puesta en entredicho ya en aquellos mismos momentos, cuando mucha gente renegó de la tardanza excesiva del monarca en aparecer en la televisión o en la radio condenando el golpe. Lo hizo tarde, muy tarde, cuando ya era evidente que los planes golpistas estaban en vías de fracasar.
Tal es el peso de la evidencia sobre la falta de necesidad de la monarquía y sobre el abuso que quienes la representan cometen a diario respecto a quienes les mantenemos, que hoy en día es posible encontrar un consenso inviable en otros temas para ir perfilando lo que hasta hace pocos años resultaba casi utópico: poner en entredicho la monarquía y aspirar a la instauración de una nueva forma de Estado republicana.
Como si de una campaña de visibilidad gay se tratara, de repente empiezan a "salir del armario" republicanos por todas las esquinas, y a identificarse como tales públicamente. Comienzan a decir lo que hace una década era impensable: que podíamos ir pensando en otra cosa distinta, que la república es más interesante, más democratica y posiblemente más barata (sólo posiblemente, no crean).
Que uno pueda estar tan de acuerdo sobre un tema como lo estoy yo ahora mismo con Iñaki Anasagasti, es sintomático. Que no es que seamos de la misma cuerda, precisamente...
Aun suponiendo que las iniciativas judiciales no se hubieran tomado por exigencia de Felipe de Borbón o de su padre (que yo estoy seguro de que sí que han existido esas exigencias, y casi todos lo estamos también), bien podría, de no haber estado de acuerdo con las medidas tomadas, haber salido a la palestra alguno de ellos para quitar hierro a la cosa y demostrar que no quieren aprovecharse de una maquinaria judicial puesta ignominiosamente a su servicio. Pero no.
Es por ello que se plantea la dicotomía monarquía-república. Porque la delicada muselina rosa con que los partidos del sistema han querido cubrir todo lo referente a la casa Real desde la Transición para acá, comienza a sufrir desgarrones y sietes de mucha relevancia. Comienza a no ser posible evitar que corra como la pólvora la vergonzosa vida muelle que Juan Carlos de Borbón y casi todo su clan disfrutan a costa del dinero público, sin aportar a cambio nada más que la entelequia de su imagen, reducida, en el caso del rey, a la de una especie de mamporrero político de aquellos años setenta del pasado siglo. La otra gran estrella de su firmamento, la supuesta actitud valiente ante el golpe de Estado del 23-F, quedó puesta en entredicho ya en aquellos mismos momentos, cuando mucha gente renegó de la tardanza excesiva del monarca en aparecer en la televisión o en la radio condenando el golpe. Lo hizo tarde, muy tarde, cuando ya era evidente que los planes golpistas estaban en vías de fracasar.
Tal es el peso de la evidencia sobre la falta de necesidad de la monarquía y sobre el abuso que quienes la representan cometen a diario respecto a quienes les mantenemos, que hoy en día es posible encontrar un consenso inviable en otros temas para ir perfilando lo que hasta hace pocos años resultaba casi utópico: poner en entredicho la monarquía y aspirar a la instauración de una nueva forma de Estado republicana.
Como si de una campaña de visibilidad gay se tratara, de repente empiezan a "salir del armario" republicanos por todas las esquinas, y a identificarse como tales públicamente. Comienzan a decir lo que hace una década era impensable: que podíamos ir pensando en otra cosa distinta, que la república es más interesante, más democratica y posiblemente más barata (sólo posiblemente, no crean).
Que uno pueda estar tan de acuerdo sobre un tema como lo estoy yo ahora mismo con Iñaki Anasagasti, es sintomático. Que no es que seamos de la misma cuerda, precisamente...
Comentarios
¡Salud y República!.