La aventura sin sentido

No son los primeros, claro, ni serán los últimos, me temo. La particular y poderosísima sensación de hastío que experimentan las clases medias de los países más ricos las impulsa a buscar la aventura como antídoto al aburrimiento y a la sensación de futilidad de sus vidas. Perdonen la parrafada un tanto cursi, pero es que creo que es tal cual.

Hace ya veinticinco años me pasé tres veranos viajando a Nicaragua y El Salvador en tareas políticas que se relacionaban con la gestión de fondos de solidaridad comprometidos con un proyecto de construcción de viviendas en la zona y con la recogida de información de primera mano sobre lo que allí estaba ocurriendo, respectivamente. En el caso de Nicaragua, sólo existía riesgo si uno viajaba a las zonas en que la "Contra", financiada, armada, entrenada y supervisada por Estados Unidos, desarrollaba su acción militar. Evidentemente, el gobierno sandinista ponía mucho cuidado en evitar que ninguno de los miles de "brigadistas" que viajábamos allí acabara en el punto de mira de la Contra, por el gravísimo riesgo para el brigadista, pero también por evitar una mala imagen del propio Gobierno.

Pues bien, conocí a una verdadera legión de aquellos brigadistas que anhelaban viajar a Matagalpa, a la zona de los misquitos o a donde hubiese más riesgo de presencia de los mercenarios. Eran los mismos que en el desfile de conmemoración de la victoria revolucionaria sandinista daban la lata a propios y extraños para que les dejasen desfilar también a ellos, y si era posible con un fusil. Era tan patética la pretensión de una gente que nada había hecho por esa victoria y que, no obstante, creían que su solidaridad (por nadie negada, ciertamente) les daba derechos inexistentes...

A San Salvador llegué en el año 1985, en plena efervescencia revolucionaria y con un FMLN que sopesaba las posibilidades de lanzar una ofensiva final sobre la capital que entonces tenía rodeada desde hacía meses, pero que todo el mundo adivinaba como un bocado difícil de tragar. Nada más llegar seguí los protocolos de seguridad marcados y me puse en contacto con la gente del FMLN que me iba a "guiar" en la visita. Según llegué me espetaron: "dentro de una hora salen unos compañeros para la montaña, ¿quieres subir con ellos?" La camisa no me llegaba al cuello, francamente, porque no he sido nunca uno de esos arrojados militantes que tanto visten en las novelas al uso (¿qué uso, por cierto?), pero me pareció que debía hacer de tripas corazón y dije que sí. Me llevaron en un coche hasta un mercado céntrico de la ciudad y me hicieron esperar junto a un puesto de bebidas en la calle. Pasados unos minutos, mi acompañante me dijo que esperase allí y se fue. Al poco rato volvió y me dijo que el viaje se había cancelado porque había mucha policía en las carreteras controlando el censo (habría elecciones en pocos meses). Respiré, supongo que se notó.

Mucha gente habría visto esto como una posibilidad magnífica de aventura. Yo nunca lo he conseguido ver así, porque entonces, y también ahora en otros sitios, moría demasiada gente sin quererlo, es más, queriendo evitar su propia muerte desesperadamente y sin conseguirlo. Eran asesinados o morían en una confrontación, o eran torturados o apaleados... Particularmente me parece obsceno ese interés por la aventura en lugares donde hay pobreza, sufrimiento, riesgo, peligro de muerte. De la época que he narrado me viene mi aversión a llevar, incluso, cámara de fotos, porque en esos viajes pude ver las caras de hastío, de indolencia y, a veces, de indignación, cuando me veían sacar fotos de unos niños jugando en la basura, o de unos jóvenes arremolinándose para pedir unas monedas. Me di cuenta de que no tenía yo derecho a fotografiarles. Su pobreza era tan suya como su orgullo, y yo no era, gracias a mi cámara, más que otro puñetero gringo oculto detrás de ese chisme. Un chisme poderosísimamente distanciador, un aparato que marcaba clamorosamente las diferencias: yo te puedo hacer fotos a ti, tú ni en sueños puedes tener una cámara igual para fotografiarme a mí...

Y estoy hablando de lo que ya por entonces acabó llamándose "turismo solidario". Pero esto de ahora... Viajar a un país como Yemen en las actuales condiciones políticas y sociales es un acto de una irresponsabilidad difícil de tragar. Naturalmente que lamento la muerte de los siete españoles y de todos los demás que mueren en situaciones como ésta. Pero, por favor... ¿quién narices les manda irse precisamente a Yemen? ¿Habrían hecho ustedes turismo impunemente en el país de los tutsis y los hutus en plena época de los genocidios entre ambos?

No estoy hablando de libertad, no estoy hablando de derechos... Estoy hablando de sentido común y de respeto, aunque sea a la firme decisión de un asesino de querer asesinarte.

Comentarios

Maripuchi ha dicho que…
Joder, Antonio, iba a escribir sobre el tema básicamente diciendo lo mismo ..... sólo que a mí me falta la parte de anécdota personal.

Interesantes viajes los suyos..

Muy cierta la argumentación. ¿A quién coño se le ocurre ir a Yemen ahora?
Scout Finch ha dicho que…
Yo creo que tiene usted razón cuando dice que los occidentales nos aburrimos y buscamos nuevas experiencias. Nos aburrimos porque lo tenemos todo, no nos falta de nada y por eso a algunos les parece que su vida es muy monótona y necesitan ver más allá.

Me parece muy triste morir en un viaje turístico. Aunque más triste aún es morir de hambre o que te mate tu vecino porque eres de otra etnia o de otra religión o de otro signo político.

Aunque tampoco le vamos a echar la culpa a la víctima de que la maten ¿no?
Unknown ha dicho que…
¡caray con el post¡ ¿es una provocación intencionada?
Está bien ver los hechos desde todos los puntos de vista, y el suyo tiene interés, pero es una circunstancia.
A mi me parece un poco fuerte, que las víctimas sean unos imprudentes únicamente facilita la acción de unos terroristas asesinos.
Será que yo soy muy sentimental pero en estas circunstancias no soy capaz de escribir nada sobre el interesante tema del párrafo inicial, en otra ocasión será.
AF ha dicho que…
Don Mowgli, no pretendía, en realidad, escribir sobre el hecho en sí de los asesinatos. Sobre eso suelo escribir poco porque sinceramente creo que hay poco que escribir que no se sobrentienda. Dicho de otra forma: podría uno decir que lamenta y condena todos los asesinatos, realizados por quien los realice en cualquier lugar del mundo, de una vez por todas.

Y que no prtendiera escribir sobre los asesinatos no significa que no me preocupe. Significa sólo que, en cierto modo, lo doy por hecho, con toda la enormidad que ello supone. Porque el terrorismo existe y una cosa es la condena que me merece y otra muy distinta, la realidad de que no por mucho condenarlo dejará de existir.

Es por eso que de lo que he querido escribir es de lo que le impulsa a la gente a hacer viajes como estos y ponerse a tiro de bala... o de bomba. Sin necesidad alguna.

Lo trágico es que han muerto sin necesidad alguna. No estaba escrito que tuvieran que morir.
Unknown ha dicho que…
No era necesaria su aclaración, al menos para mí.
Por supuesto no hago ningún reproche a su comentario, pero no es una noticia que me inspire a escribir sobre el consumismo estúpido y la intranscendente trivialidad del turismo cultural “low-cost”.
“Ca uno es ca uno”
Anónimo ha dicho que…
* ¿Y qué hacemos entonces?, ¿dejamos de ir por San Sebastián, no sea que nos quemen el coche o el autobús...?.

* ¿Y qué hacemos si nos vuelven a poner una bomba en el hotel de Torrevieja donde estamos con los niños?.

* ¿Y qué hacemos si vamos a Londres o Tokyo; usamos el metro o no?.

* ¿Qué opinas, mañana dejamos el coche en el aparcamiento de Barajas o no?.

* ¿Y en Casablanca, nos acercamos con los amigos a cenar al Centro Español o no?.

* ¿Y en Moscú, nos animamos a ir al teatro o no?.
AF ha dicho que…
Señor VTA, que cada cual obre como mejor le parezca. Usted sabrá dónde se juega claramente la vida y dónde no.
Arbillas ha dicho que…
Me he quedado impresionada por tu "aventura" y tus viajes, al fin y al cabo llevados y movidos por un espiritú que era el que te movia.

Yo sinceramente me pienso dos veces donde se puede y no puede ir, no por miedo sino por prudencia.

Otra cosa sería si perteneciera a algun grupo de solidarios, lease si se quiere Médicos sin fronteras o cualquier otro, pero por ¿placer? no me arriesgo a morir sin sentido.

Es más en mi caso, yo muchas veces he pensado en visitar la tierra que me vió nacer, pero por alguna estraña razón, cada vez que lo intento sale algo que me echa para atras, y eso que tal y como he leido en el periodico no está dentro de los paises "conflictivos". pero el riesgo existe...

Un abrazo.
J. G Centeno ha dicho que…
Partiendo de la base, que estoy seguro de que todos compartimos, de que los culpables son los asesinos, no está de más hacer una reflexión sobre lo que significa jugarse la vida sin sentido, sólo por sentir la subida de adrenalina que supone el miedo. Respeto a todos los que practican alpinismo, vuelo con ultraligero, y tantas y tantas actividades de riesgo, y no me alegro de lo que les pueda ocurrir, pero tampoco me rasgo las vestiduras, ni me meso los cabellos cuando ocurren. Mi padre repetía continuamente, no se si el aforismo era suyo que La historia la escriben los cobardes sobre las gilipolleces que hacen los valientes. El episodio de El Salvaldor ya lo conocía, por usted evidentemente, aunque me parece más arriesgado, hablando de sus viajes, el pasar un oso hormiguero disecado por una aduana. En cualquier caso no se torture, sin llegar a tanto, un servidor recuerda una notoria sensación de alivio, cuando citado a un "salto" que organizaba el Movimiento Comunista en la c/Alcalá a la altura del metro de Quintana, al salir del metro la zona estaba absolutamente tomada por los "grises", lo ual imposibilitaba hacer nada, ¡Que alivio!
Anónimo ha dicho que…
Me han pasado el link de este articulo, porque es muy interesante y da que pensar.

Tengo un familiar que fue a Yemen hace seis meses. En concreto el dia de Navidad.
A la familia no nos hizo mucha gracia que precisamente ese dia estuviese viajando. Discutimos y casi peleamos verbalmente por ello.

No ocurrio nada. Volvió de Yemen en perfecto estado, haciendo exactamente la misma ruta que estaban haciendo los siete fallecidos, pero se me ha helado la sangre con la noticia de pensar que hubiese podido correr la misma suerte.

Espero, que lo piense mucho antes de hacer un nuevo viajes del que tal vez un dia no regrese si no es en una caja de pino.

Un saludo