Amistades peligrosas
No le ha gustado nada al PP que Nicolas Sarkozy, el nuevo presidente de Francia, haya hecho unas declaraciones tras su reunión con Zapatero, en el sentido de que él nunca aprovechará el tema del terrorismo en las disputas internas. Más clara no ha podido ser la referencia del Jefe de Estado galo a la estrategia elegida por el PP desde su derrota electoral de 2004.
Pero si estas declaraciones han producido desconcierto y malestar en la derecha, no por ello deben causar alborozo en la izquierda. Sarkozy, a pesar de las múltiples flores que ha recibido de los liberales consecuentes por su supuesto marchamo democrático, es un señor más ferozmente de derechas de lo que lo han sido sus predecesores en los últimos cuarenta o cincuenta años. Sus veleidades nacionalistas y patrioteras le han llevado a una política de gestos -en mi opinión, muy bien pensada y nada visceral- que van dibujando el mapa de la recuperación de un nuevo y aumentado chauvinismo francés. ¡Como si alguna vez hubiera dejado de existir!
Si antes de la campaña presidencial Sarkozy escandalizó al mundillo progresista con su propuesta de enviar a los jovencitos díscolos y revoltosos a pasar una temporadita en el Ejército, recientemente volvió a dar la nota con su empeño en que los escolares franceses se pongan en pie cuando entre en la clase el profesor. Pretende que los ciudadanos del país vecino crean que su afán recuperador de la dignidad nacional pasa por encima de ideologías, y por ello también dio la campanada recientemente con la propuesta de que los escolares reciten textos patrióticos, aunque sean originales de militantes de izquierda ejecutados por los nazis en la Segunda Guerra Mundial.
Naturalmente, estas cuestiones no pasarían de ser anécdotas si su política económica y social desdijese su tono ultraconservador, pero no es así. Por el contrario, su anunciada batalla por restringir los derechos de huelga permite localizarle allí donde realmente está: en la derecha más reaccionaria, en la enemiga de las conquistas sociales y económicas de los trabajadores y de la ciudadanía francesa en general. Poco a poco irá trenzando la red con la que intentará envolver a Francia en una espesa nube de atraso. Si los franceses pierden esa guerra, de aquí a diez o doce años no reconocerán su país.
Así que la amistad y el apoyo de este señor no debería ser bien recibido por la izquierda. No debería ser bien recibido ni siquiera por un presidente como Rodríguez Zapatero, experto también en gestos que miran hacia un lado y en políticas que, en gran medida, miran hacia el contrario. Porque Zapatero, ahora, está recibiendo la sonrisa y la mano por el lomo de Sarkozy debido al interés de éste en hilvanar un escenario favorable para revertir la situación creada en Francia con el rechazo de la Constitución europea. Algo que requiere, entre otras cosas, de un concienzudo trabajo de desactivación de la homogeneidad progresista que consiguió el triunfo en el referéndum francés. Y esa homogeneidad se romperá más fácilmente cuanto más consiga dar Sarkozy una imagen polifacética, plural, no tan reaccionaria. Cuanto más consiga una imagen de Presidente de derechas, pero con amigos en la izquierda. Comenzó dando un ministerio a quien había sido candidato del PSF en las elecciones, y ahora continúa buscando la foto con Zapatero, un hombre que, aunque le pese a la derecha española, sí que ha conseguido una proyección internacional pintada de rosa fuerte.
Pues bien, no interesa. A la izquierda no le interesa la amistad con este señor. Una cosa son las relaciones entre Estados, que habrá que mantener en el mejor punto posible, y otra muy distinta la colaboración política en términos de toma y daca. Ya sabemos lo que Sarkozy ha vendido a Zapatero, pero ¿qué habrá comprado a cambio?
Pero si estas declaraciones han producido desconcierto y malestar en la derecha, no por ello deben causar alborozo en la izquierda. Sarkozy, a pesar de las múltiples flores que ha recibido de los liberales consecuentes por su supuesto marchamo democrático, es un señor más ferozmente de derechas de lo que lo han sido sus predecesores en los últimos cuarenta o cincuenta años. Sus veleidades nacionalistas y patrioteras le han llevado a una política de gestos -en mi opinión, muy bien pensada y nada visceral- que van dibujando el mapa de la recuperación de un nuevo y aumentado chauvinismo francés. ¡Como si alguna vez hubiera dejado de existir!
Si antes de la campaña presidencial Sarkozy escandalizó al mundillo progresista con su propuesta de enviar a los jovencitos díscolos y revoltosos a pasar una temporadita en el Ejército, recientemente volvió a dar la nota con su empeño en que los escolares franceses se pongan en pie cuando entre en la clase el profesor. Pretende que los ciudadanos del país vecino crean que su afán recuperador de la dignidad nacional pasa por encima de ideologías, y por ello también dio la campanada recientemente con la propuesta de que los escolares reciten textos patrióticos, aunque sean originales de militantes de izquierda ejecutados por los nazis en la Segunda Guerra Mundial.
Naturalmente, estas cuestiones no pasarían de ser anécdotas si su política económica y social desdijese su tono ultraconservador, pero no es así. Por el contrario, su anunciada batalla por restringir los derechos de huelga permite localizarle allí donde realmente está: en la derecha más reaccionaria, en la enemiga de las conquistas sociales y económicas de los trabajadores y de la ciudadanía francesa en general. Poco a poco irá trenzando la red con la que intentará envolver a Francia en una espesa nube de atraso. Si los franceses pierden esa guerra, de aquí a diez o doce años no reconocerán su país.
Así que la amistad y el apoyo de este señor no debería ser bien recibido por la izquierda. No debería ser bien recibido ni siquiera por un presidente como Rodríguez Zapatero, experto también en gestos que miran hacia un lado y en políticas que, en gran medida, miran hacia el contrario. Porque Zapatero, ahora, está recibiendo la sonrisa y la mano por el lomo de Sarkozy debido al interés de éste en hilvanar un escenario favorable para revertir la situación creada en Francia con el rechazo de la Constitución europea. Algo que requiere, entre otras cosas, de un concienzudo trabajo de desactivación de la homogeneidad progresista que consiguió el triunfo en el referéndum francés. Y esa homogeneidad se romperá más fácilmente cuanto más consiga dar Sarkozy una imagen polifacética, plural, no tan reaccionaria. Cuanto más consiga una imagen de Presidente de derechas, pero con amigos en la izquierda. Comenzó dando un ministerio a quien había sido candidato del PSF en las elecciones, y ahora continúa buscando la foto con Zapatero, un hombre que, aunque le pese a la derecha española, sí que ha conseguido una proyección internacional pintada de rosa fuerte.
Pues bien, no interesa. A la izquierda no le interesa la amistad con este señor. Una cosa son las relaciones entre Estados, que habrá que mantener en el mejor punto posible, y otra muy distinta la colaboración política en términos de toma y daca. Ya sabemos lo que Sarkozy ha vendido a Zapatero, pero ¿qué habrá comprado a cambio?
Comentarios
Por otra parte, independientemente de su política conservadora, no hay que olvidar que un conservador francés puede parecer un rouge comparado con los montaraces que tenemos aquende los Pirineos, querido Antonio, que son tan rancios y casposos como Lepen.
Aquí, como dice la amiga Blanca, nuestra derecha lleva comportándose, lós últimos seis años como un partido lepeniano.
Salud y República