Unas líneas al final de la noticia
Sitiado en una fortaleza universitaria, Antonio María Rouco Varela ha sido investido hoy Doctor Honoris Causa por la Universidad de Burgos, entre gritos de protesta de un centenar de estudiantes, comunicados de queja de una asociación de profesores y, claro está, el beneplácito de otra cierta cantidad de personas a quienes, al contrario que los anteriormente citados, les parecía de perlas la concesión del honor.
Éste se concede a figuras relevantes cuya aportación en algún campo de la Ciencia o las Humanidades haya sido significativa. La aportación significativa de Rouco es, según los rectores de esa universidad, la que ha venido haciendo en el campo del derecho canónico moderno. Junto a él, Emiliano Aguirre, veterano científico paleontólogo considerado el impulsor de los estudios del yacimiento de Atapuerca, en Burgos, también ha recibido el mismo doctorado Honoris Causa. Evidentemente, sus méritos no han sido discutidos por nadie.
Cuando he comenzado a leer esta mañana en el periódico la noticia de las protestas por la concesión a Rouco de su doctorado, me he sentido impulsado a escribir una entrada sobre este tema. Sin embargo, cuando he terminado de leer la noticia en El País, ya no estaba interesado en ello. La razón es que en las últimas líneas de esa noticia se daba cuenta de que Emiliano Aguirre formaba pareja con Rouco en la recepción del doctorado. Y de repente he querido saber algo más de este señor.
Y resulta que Aguirre, como no podía ser menos con ese apellido, es un ex-jesuita en quien ese factor (sorprendente, por demás) no es el más relevante, ni mucho menos. Resulta que Emiliano Aguirre tiene tres títulos universitarios no honoríficos y que es una eminencia mundial en el campo de la paleontología. Resulta que es alguien capaz de descubrir a simple vista huesos de animales prehistóricos entre una colección de supuestas reliquias que unas monjitas le mostraron en un convento de Toledo hace veinticinco años.
No me digan que no es un signo de los tiempos: un ex-jesuita que goza de reconocimiento mundial en su especialidad y que cuenta con dos licenciaturas y un doctorado, recibe otro, Honoris Causa, por la universidad de la misma tierra en que él ha desarrollado uno de sus principales estudios profesionales, que es además un hito de la paleontología mundial. Junto a él, recibe otro doctorado del mismo tipo un cardenal experto en derecho canónico y que ostenta un cargo eclesiástico católico de alto nivel. La noticia en todos los periódicos es la protesta contra la concesión de este último doctorado, y el del primero queda reducido a las últimas líneas de una crónica.
Enhorabuena, señor Aguirre. Que le zurzan, señor Rouco.
Éste se concede a figuras relevantes cuya aportación en algún campo de la Ciencia o las Humanidades haya sido significativa. La aportación significativa de Rouco es, según los rectores de esa universidad, la que ha venido haciendo en el campo del derecho canónico moderno. Junto a él, Emiliano Aguirre, veterano científico paleontólogo considerado el impulsor de los estudios del yacimiento de Atapuerca, en Burgos, también ha recibido el mismo doctorado Honoris Causa. Evidentemente, sus méritos no han sido discutidos por nadie.
Cuando he comenzado a leer esta mañana en el periódico la noticia de las protestas por la concesión a Rouco de su doctorado, me he sentido impulsado a escribir una entrada sobre este tema. Sin embargo, cuando he terminado de leer la noticia en El País, ya no estaba interesado en ello. La razón es que en las últimas líneas de esa noticia se daba cuenta de que Emiliano Aguirre formaba pareja con Rouco en la recepción del doctorado. Y de repente he querido saber algo más de este señor.
Y resulta que Aguirre, como no podía ser menos con ese apellido, es un ex-jesuita en quien ese factor (sorprendente, por demás) no es el más relevante, ni mucho menos. Resulta que Emiliano Aguirre tiene tres títulos universitarios no honoríficos y que es una eminencia mundial en el campo de la paleontología. Resulta que es alguien capaz de descubrir a simple vista huesos de animales prehistóricos entre una colección de supuestas reliquias que unas monjitas le mostraron en un convento de Toledo hace veinticinco años.
No me digan que no es un signo de los tiempos: un ex-jesuita que goza de reconocimiento mundial en su especialidad y que cuenta con dos licenciaturas y un doctorado, recibe otro, Honoris Causa, por la universidad de la misma tierra en que él ha desarrollado uno de sus principales estudios profesionales, que es además un hito de la paleontología mundial. Junto a él, recibe otro doctorado del mismo tipo un cardenal experto en derecho canónico y que ostenta un cargo eclesiástico católico de alto nivel. La noticia en todos los periódicos es la protesta contra la concesión de este último doctorado, y el del primero queda reducido a las últimas líneas de una crónica.
Enhorabuena, señor Aguirre. Que le zurzan, señor Rouco.
Comentarios
Por cierto, que la Universidad podía haber hecho algo por evitar la incoherencia de reconocer a un hombre por su trabajo, trabajo que tira por tierra uno de los pilares fundamentales de lo que sostiene un segundo hombre, reconocido de la misma manera. El Honoris Causa, pa un roto y pa un descosido, ¿no?