Tenías razón, tío
Hace ya unos años que murió mi tío Vicente. Consiguió ver que, al menos, le reconocían algo de su pasado de víctima del franquismo en un momento en que aún no estaban de moda las asociaciones de víctimas. Se limitó a cobrar algo de los adeudos historicos que tenía, cerró su micro-piso junto a la plaza de Lavapiés y se fue a su Galiza natal, ya viudo, para reencontrarse con una familia con la que nunca había tenido excelentes relaciones.
Más de una vez, hablando con él por teléfono, le preguntaba yo si sabía algo más de lo suyo. El hombre había fraguado la esperanza de que después de aquel primer atisbo de justicia histórica seguirían otros más. El paso de los meses le fue quitando la ilusión de la cabeza y se fue resignando a que la cosa quedase en éso: unas pocas pesetas (faltaba mucho aún para el euro) y a callar.
Poco antes de morir, en una de las conversaciones telefónicas, le hice otra vez mención del tema, pero ya sin esperar mucho, como por rutina. Yo creía que para ese momento a él se le había pasado la euforia y las ganas de pensar en ello. Me sorprendió. Lanzó una larga diatriba -él, que siempre fue un gallego redomado y poco amigo de los discursos- contra el gobierno de Felipe González. Se pueden imaginar todo lo que dijo.
Una frase, sin embargo, se me quedó grabada de todo ello: "Con lo que me han dado, salgo a poco más de diez mil pesetas por año de cárcel, y a mí lo que me interesaba era que dijeran que yo tenía razón". Mi tío se tiró casi veinticinco años en la cárcel, y ello después de que le conmutaran una pena de muerte. Evidentemente, no por motivos comunes, sino políticos, y sin que hubiera contra él cargo alguno por "delitos de sangre". Había sido comisario político del PCE durante la guerra y fue detenido al terminar ésta cuando aún se afanaba en tareas de resistencia en la clandestinidad, en Madrid. Su mujer, Luisa León (mi verdadera tía, hermana de mi madre), le ayudaba en esas tareas y fue detenida poco después que él.
Luisa pasó bastante menos tiempo en la cárcel que su marido, "sólo" seis años, y en ese tiempo la familia tuvo que volcarse, con no muchos medios, en atender en la medida de lo posible y permitido, a una y a otro en sus respectivos presidios: una visita, un rato de charla, las noticias, un jersey si se podía, algo de comida... la mayor cantidad posible de vida. Mi tía no llegó a ver satisfecha ni siquiera la elemental reivindicación de una comepensación económica. Murió antes de un cáncer de pancreas, a los ochenta y algunos años.
Vicente Rey tuvo oportunidad de conocer varias cárceles en esos casi veinticinco años, entre las que figuran Carabanchel, El Dueso (en Santoña, junto a Santander) y Burgos. A esta última, de donde salió con cincuenta años cumplidos, me llevó un día mi madre a verle, allá por los años sesenta. De entre las brumas de ese recuerdo sobresalen algunos jirones de memoria: unas afueras de la ciudad poco urbanizadas, una carretera flanqueada por altos árboles y, al fondo, la enorme mole (así me lo parecía a mí entonces, con apenas ocho años) de la cárcel. Cuando llegamos a su puerta, por más que mi madre me había aleccionado sobre lo que tenía y lo que no tenía que hacer, a mí me dio un miedo atroz y no quise entrar de ninguna manera. Tras mucho intentarlo sin resultado y por no perder la visita (un bien escaso para el preso), mi madre les rogó a los guardias de la puerta que me dejaran quedarme con ellos hasta que ella saliese. Allí me quedé yo, supongo que muy mosqueado viendo desaparecer a mi madre tras un portalón de generosas dimensiones.
No muchos años después, conocí por fin a mi tío, que para entonces era ya una figura mítica en mi familia. Sus primeros años de libertad transcurrieron en mi casa, pues no tenían él y mi tía medios para procurarse una vivienda. Al fin, con el sueldo de panadero de uno y el de trabajadora en una céntrica cafetería de la otra, se metieron en el micro-pisito que les decía al principio. Y allí estuvieron hasta morir la una e irse el otro.
Es imposible no recordarles a ambos ahora que, tras el acuerdo entre PSOE e Izquierda Unida a iniciativa de esta última, se ha desbloqueado favorablemente (más favorablemente que antes, habría que decir) la Ley de Memoria Histórica. Que esa ley incluya ahora la condena explícita del franquismo y declare ilegítimos los tribunales que juzgaron en diferentes épocas del régimen fascista a los disidentes y vencidos, equivale a decirle a Vicente Rey, a Luisa León y al millón de personas muertas en la guerra o represaliadas al acabar ésta, que tenían razón.
HAN TRATADO TAMBIÉN ESTE TEMA, QUE YO SEPA:
Animal político
La cueva azul
El daño de Luzbel
Kabila
Más de una vez, hablando con él por teléfono, le preguntaba yo si sabía algo más de lo suyo. El hombre había fraguado la esperanza de que después de aquel primer atisbo de justicia histórica seguirían otros más. El paso de los meses le fue quitando la ilusión de la cabeza y se fue resignando a que la cosa quedase en éso: unas pocas pesetas (faltaba mucho aún para el euro) y a callar.
Poco antes de morir, en una de las conversaciones telefónicas, le hice otra vez mención del tema, pero ya sin esperar mucho, como por rutina. Yo creía que para ese momento a él se le había pasado la euforia y las ganas de pensar en ello. Me sorprendió. Lanzó una larga diatriba -él, que siempre fue un gallego redomado y poco amigo de los discursos- contra el gobierno de Felipe González. Se pueden imaginar todo lo que dijo.
Una frase, sin embargo, se me quedó grabada de todo ello: "Con lo que me han dado, salgo a poco más de diez mil pesetas por año de cárcel, y a mí lo que me interesaba era que dijeran que yo tenía razón". Mi tío se tiró casi veinticinco años en la cárcel, y ello después de que le conmutaran una pena de muerte. Evidentemente, no por motivos comunes, sino políticos, y sin que hubiera contra él cargo alguno por "delitos de sangre". Había sido comisario político del PCE durante la guerra y fue detenido al terminar ésta cuando aún se afanaba en tareas de resistencia en la clandestinidad, en Madrid. Su mujer, Luisa León (mi verdadera tía, hermana de mi madre), le ayudaba en esas tareas y fue detenida poco después que él.
Luisa pasó bastante menos tiempo en la cárcel que su marido, "sólo" seis años, y en ese tiempo la familia tuvo que volcarse, con no muchos medios, en atender en la medida de lo posible y permitido, a una y a otro en sus respectivos presidios: una visita, un rato de charla, las noticias, un jersey si se podía, algo de comida... la mayor cantidad posible de vida. Mi tía no llegó a ver satisfecha ni siquiera la elemental reivindicación de una comepensación económica. Murió antes de un cáncer de pancreas, a los ochenta y algunos años.
Vicente Rey tuvo oportunidad de conocer varias cárceles en esos casi veinticinco años, entre las que figuran Carabanchel, El Dueso (en Santoña, junto a Santander) y Burgos. A esta última, de donde salió con cincuenta años cumplidos, me llevó un día mi madre a verle, allá por los años sesenta. De entre las brumas de ese recuerdo sobresalen algunos jirones de memoria: unas afueras de la ciudad poco urbanizadas, una carretera flanqueada por altos árboles y, al fondo, la enorme mole (así me lo parecía a mí entonces, con apenas ocho años) de la cárcel. Cuando llegamos a su puerta, por más que mi madre me había aleccionado sobre lo que tenía y lo que no tenía que hacer, a mí me dio un miedo atroz y no quise entrar de ninguna manera. Tras mucho intentarlo sin resultado y por no perder la visita (un bien escaso para el preso), mi madre les rogó a los guardias de la puerta que me dejaran quedarme con ellos hasta que ella saliese. Allí me quedé yo, supongo que muy mosqueado viendo desaparecer a mi madre tras un portalón de generosas dimensiones.
No muchos años después, conocí por fin a mi tío, que para entonces era ya una figura mítica en mi familia. Sus primeros años de libertad transcurrieron en mi casa, pues no tenían él y mi tía medios para procurarse una vivienda. Al fin, con el sueldo de panadero de uno y el de trabajadora en una céntrica cafetería de la otra, se metieron en el micro-pisito que les decía al principio. Y allí estuvieron hasta morir la una e irse el otro.
Es imposible no recordarles a ambos ahora que, tras el acuerdo entre PSOE e Izquierda Unida a iniciativa de esta última, se ha desbloqueado favorablemente (más favorablemente que antes, habría que decir) la Ley de Memoria Histórica. Que esa ley incluya ahora la condena explícita del franquismo y declare ilegítimos los tribunales que juzgaron en diferentes épocas del régimen fascista a los disidentes y vencidos, equivale a decirle a Vicente Rey, a Luisa León y al millón de personas muertas en la guerra o represaliadas al acabar ésta, que tenían razón.
HAN TRATADO TAMBIÉN ESTE TEMA, QUE YO SEPA:
Animal político
La cueva azul
El daño de Luzbel
Kabila
Comentarios
Que vea lo que ayer aprobó (no sin esfuerzos, por otro lado) la UE: cárcel para todo aquel que niegue el holocausto nazi.
Pues aquí, igual.
Y que esa injusticia flagrante haya durado 70 años sin que nadie cambiara el estado de cosas es un escándalo humanitario.
No es el desagravio total que una ley integral de Memoria Histórica debería dar a los descendientes de los represaliados injustamente, pero es el primer paso que empieza a tranquilizar a los que vivieron en sus carnes el desastre de la guerra y sus consecuencias.
Como siempre, el PP no sabe y no contesta. En ninguna de las leyes sacadas adelante por este gobierno ha puesto ni un granito de arena, demostrando, por si acaso a alguien le quedaba alguna duda, su lejanía de los ciudadanos a quien quiere volver a gobernar.
Salud y República
Un abrazo
Abrazos.
Mi abuelo materno solo duró cuatro años en la carcel. Escondía guerrilleros en su pozo. Se lo llevó la tuberculosis y desde ese día un velo de silencio cubrió su tumba.
En cuanto a la Ley, comparto la satisfacción por el avance. Pero un mínimo de cautela, me alerta a reservarme la opinión definitiva hasta que podamos comprobar como se aplica:
-ver si las fosas comunes se investigan y dignifican con financiación pública;
-si la multiplicidad de lápidas de caídos por Dios y por España empieza de una vez a ser considerada apología del fascismo, ya que ninguna acepción de Dios ni de España, pueden ser democráticamente aceptados como excluyentes de una gran parte de la población.
-Si los Consejos de Guerra y las decenas de miles de condenas del Tribunal contra la Masonería y el Comunismo y las del Tribunal de Orden Público se anulan y reparan sus consecuencias.
-si l@s torturad@s y encarcelad@s podemos por fin ver nuestros expedientes policiales que hoy se nos ocultan (esto no es Alemania señor@s);
-si la seguridad social aplica de una vez el principio de dar por cotizados los años de cárcel por roj@s; etc, etc, etc.
Es decir, al menos una mínima parte de lo que se hizo en todos los países de la Unión Europea al poner fin al fascismo.
Tengo algunos motivos para ser suspicaz. De 1982 a 1996 gobernó el PSOE, gran parte del tiempo con mayoría absoluta y nada hizo al respecto.
Gonzalez, Bono, Rodriguez Ibarra, Serra, Barrionuevo, Corcuera, Chavez y muchos miles de altos funcionarios de lo que fué llamado "la casa común", "el voto útil", etc, etc, siguen en el PSOE, cobrando del presupuesto y haciendo de ello el verdadero significado de su vida.
Necesitamos profundizar la democracia. Para hacerlo es necesario que todos nos esforzemos más que hasta ahora.