El precio de un escalofrio

Menos de cincuenta millones de pesetas (para quienes aún es ésa una referencia decisiva) tienen la culpa de que uno -no se sabe quién- pueda tener en su casa un esqueleto completo de mamut. Dada la envergadura de la osamenta (3,8 metros de alto por 4,8 de largo), también es posible que la tenga en el garaje, junto a un todoterreno imponente que no en el alto, pero sí en el largo, le hará la competencia a El Presidente.

Da escalofrios pensar en tener esto en casa. En los poros de sus huesos podrían anidar millones de bacterias destructivas, modificadas durante su hibernación de milenios, allá en la lejana Siberia. En las noches de tormenta, una improbable luz proveniente de los relámpagos y filtrada por los chorreantes cristales de la ventana del salón fijarían muecas macabras en los adivinados rasgos de su rostro. Una musiquilla enervante sorprendería nuestros oídos mientras bajábamos la escalera para contemplarlo una vez más... Sería la envidia de nuestros invitados.

Y sólo por 260.000 euros. Una ganga, una bicoca. No se sabe quién era el propietario que lo ha vendido, como no se sabe el nuevo que lo ha comprado. Entiendo lo del primero porque me parece evidente, dada la procedencia aparente del esqueleto (ver información de El País), que su posesión ha sido fruto de un robo, de esquilmar el patrimonio nacional de alguna de las ex-repúblicas soviéticas.

Pero no comprendo tanto el empeño del segundo, el comprador, por cuanto cualquiera que tenga esto debería ser famoso. Más famoso que María Jiménez, diría yo, y más que Tamara con seguridad. Y no por el hecho de tenerlo, sino por haberlo querido comprar. Románticos como el comprador o compradora no quedan ya casi ninguno.