Europa sin prisas
Se están cumpliendo cincuenta años de la firma del Tratado de Roma y la mayoría (por no decir la totalidad) de los dirigentes políticos de los diferentes países miembros reconocen que la Unión Europea actual se encuentra en una crisis sin precedentes. Al respecto me gustaría hacer un apunte que tiene que ver con algo que escuché ayer a Miguel Herrero de Miñón en el programa "La Ventana", de la SER. Este hombre decía que la crisis europea proviene del hecho de que no existe Europa como tal entidad. Europa, vendría a decir el ex-político centrista (éste sí podría denominarse centrista en los tiempos que corren), es una entelequia.
Yo creo que, para los habitantes de los diferentes países que componen la UE, en general, Europa es una identidad, pero en negativo. Me explico. No conozco a casi nadie, que no sea un político activo y esté actuando políticamente, que conteste "soy europeo" cuando alguien le pregunta de dónde es. Ni italiano, ni francés, ni holandés (y, si es español, dependiendo de dónde sea, tampoco dirá que es español, pero ésa es otra historia...). En cambio, lo diga o no, estoy convencido de que cualquiera de estas imaginarias personas reivindicaría su condición europea frente a un norteamericano si se habla de cultura, de calidad democrática de la estructura política o de estilo de vida. Son tópicos, ya lo sé. Pero vivimos en gran medida de tópicos. Son tan importantes en nuestra cultura, que de hecho son, en buena parte, LA cultura.
Con este proceder, lo que hacemos es tirar de identidad europea cuando nos parece que aporta algo más positivo que la de aquél que tenemos enfrente. Eso no es suficiente para superar una crisis política que tiene su base en la indiferencia generalizada hacia el proyecto que se quiere imponer, pero sí podría serlo para ir perfilando ese proyecto con más tiempo, con más calma. De nuevo, es el argumento de Herrero de Miñón ayer: los líderes políticos de la Unión Europea están queriendo correr demasiado y no dejan tiempo ni hacen lo necesario para que los ciudadanos le tomen el gusto a esta Europa que nos quieren vender.
Otra cuestión es si sería bueno o no que nos la consiguieran vender mejor. La Europa que se dibujaba en la propuesta votada en referéndum en España hace unos años, no es más que un apaño comercial-industrial-tecnológico aderezado con las pinceladas propagandísticas imprescindibles sobre las cuestiones sociales. No sabemos cómo será el retoque implícito en la propuesta de estos días hecha por Angela Merkel, pero con seguridad no hará otra cosa que acentuar el color vivo de esas pinceladas, sin tocar nada fundamental en lo que ya era lo realmente importante.
No es ésa la Europa que a mí me interesa. Sin embargo, reconozco mis dudas cuando veo a qué velocidad se concentran los poderes formando entidades de gran tamaño en lo económico y en lo político. No sólo es Estados Unidos, también ocurre con Japón y su influencia asiática, con China o con Rusia. Ninguna de esas potencias tiene un trasfondo cultural, social y político mejor que el que, incluso con la propuesta de la actual Unión Europea, puede ofrecer Europa. Y, claro, uno reconoce su pesimismo respecto a las posibilidades de forjar algo mejor. Grandes son, pues, las tentaciones de admitir como aceptable lo que la razón me dice que apenas si lo es.
La solución, la década que viene.
Yo creo que, para los habitantes de los diferentes países que componen la UE, en general, Europa es una identidad, pero en negativo. Me explico. No conozco a casi nadie, que no sea un político activo y esté actuando políticamente, que conteste "soy europeo" cuando alguien le pregunta de dónde es. Ni italiano, ni francés, ni holandés (y, si es español, dependiendo de dónde sea, tampoco dirá que es español, pero ésa es otra historia...). En cambio, lo diga o no, estoy convencido de que cualquiera de estas imaginarias personas reivindicaría su condición europea frente a un norteamericano si se habla de cultura, de calidad democrática de la estructura política o de estilo de vida. Son tópicos, ya lo sé. Pero vivimos en gran medida de tópicos. Son tan importantes en nuestra cultura, que de hecho son, en buena parte, LA cultura.
Con este proceder, lo que hacemos es tirar de identidad europea cuando nos parece que aporta algo más positivo que la de aquél que tenemos enfrente. Eso no es suficiente para superar una crisis política que tiene su base en la indiferencia generalizada hacia el proyecto que se quiere imponer, pero sí podría serlo para ir perfilando ese proyecto con más tiempo, con más calma. De nuevo, es el argumento de Herrero de Miñón ayer: los líderes políticos de la Unión Europea están queriendo correr demasiado y no dejan tiempo ni hacen lo necesario para que los ciudadanos le tomen el gusto a esta Europa que nos quieren vender.
Otra cuestión es si sería bueno o no que nos la consiguieran vender mejor. La Europa que se dibujaba en la propuesta votada en referéndum en España hace unos años, no es más que un apaño comercial-industrial-tecnológico aderezado con las pinceladas propagandísticas imprescindibles sobre las cuestiones sociales. No sabemos cómo será el retoque implícito en la propuesta de estos días hecha por Angela Merkel, pero con seguridad no hará otra cosa que acentuar el color vivo de esas pinceladas, sin tocar nada fundamental en lo que ya era lo realmente importante.
No es ésa la Europa que a mí me interesa. Sin embargo, reconozco mis dudas cuando veo a qué velocidad se concentran los poderes formando entidades de gran tamaño en lo económico y en lo político. No sólo es Estados Unidos, también ocurre con Japón y su influencia asiática, con China o con Rusia. Ninguna de esas potencias tiene un trasfondo cultural, social y político mejor que el que, incluso con la propuesta de la actual Unión Europea, puede ofrecer Europa. Y, claro, uno reconoce su pesimismo respecto a las posibilidades de forjar algo mejor. Grandes son, pues, las tentaciones de admitir como aceptable lo que la razón me dice que apenas si lo es.
La solución, la década que viene.
Comentarios
También te quería matizar el tema de la Constitución Europea, si bien es cierto que con el panorama que hay, va más cerca de hacerse más al estilo neoliberal que la anterior, yo no acepto ésta. Que nos la impongan, al fin y al cabo trabajan así los políticos. Y si no que se lleve a discusión ciudadana y hagamos las cosas sin prisa y bien hechas.
Mi opinión, ya sabes, tan discutible como cualquier otra.
Saludos compañero
Palabrita de Jordi
Salud compañero
Para colmo de males soy canario, aunque creciera perdido por esos mundos de dios, y en Canarias llevo oyendo hablar en alemán, inglés, francés, ruso, vietnamita, coreano, chino, árabe... Se me hace tremendamente difícil no sentirme europeo, por supuesto, y ciudadano del mundo por antonomasia.
Por eso digo lo de "a destiempo".
No se me esconde, ni creo que se le esconda a nadie, que el paso ineludible para el avance de la creación de una Europa con firme vocación de futuro es el de la creación y aprobación de una Constitución que vertebre las bases jurídicas de lo que ha de ser, y nos permitirá ser a todos los europeos. El tipo de Constitución que tendremos los europeos, ya sea neoliberal o de sello social, lo decidiremos los propios europeos. Y en esto hay que ser claro, porque de nada sirve que la inmensa mayoría de los europeos quieran una Constitución de corte social si resulta que en el Parlamento Europeo el grupo Popular tiene el peso que tiene. Y aquí nos encontramos con otro de los grandes problemas de los europeos, que chillan mucho, gritan mucho, pero votan poco. Cosa que bien mirado es una incongruencia, porque pedir una Constitución, del tipo que sea, pero luego no apoyar lo que se quiere en las urnas... pues es lo mismo que - si me permites el símil grosero- dolerse de almorranas y limpiarse el culo con ortigas.
Aún así soy optimista... que conste en acta.
Ôo-~