Morir con la cabeza bien alta

Inmaculada Echevarría es una mujer andaluza que sufre una distrofia muscular progresiva, una enfermedad sumamente cabrona que la va dejando cada vez más incapaz y que, finalmente, la impedirá vivir. El problema es que, hasta que llegue ese momento final, Inmaculada, con los cuidados que actualmente puede recibir, sufrirá. Sufrirá mucho.

Ha pedido que le desconecten el ventilador que le permite respirar sin que sus pulmones, minados ya, tengan que hacer el trabajo. Y los médicos creen que pueden hacerlo sin incurrir en un delito. Por si acaso, han mandado el caso al Comité Autonómico Andaluz de Ética, quien, bajo ciertas condiciones, ha considerado igualmente que puede cumplirse la voluntad de la paciente. Finalmente, un despacho de abogados ha opinado lo mismo.

En este caso, la razón de que todos coincidan en que puede cumplirse la petición sin riesgo de incurrir en delito alguno es que esa petición se podría inscribir en lo que se denomina una "limitación del esfuerzo terapéutico", que se diferencia legalmente de lo que sería una práctica eutanásica. Si, finalmente, Inmaculada Echevarría puede ver cumplido su deseo y dejar de sufrir, me alegraré muchísimo y, sin conocerla, le envío un abrazo de los que son difíciles de dar y más difíciles aún de recibir, pero que se dan con todas las ganas.

Aparte de éso, inmediatamente me surge la pregunta: ¿y si la petición de Inmaculada no se inscribiese en ese supuesto antes mencionado? En la Comunidad de Madrid, con el cruel consejero de Sanidad al frente de la Inquisición médica, incluso con esta posibilidad estoy seguro de que habría problemas. Pero, ¿y si ni siquiera hubiese esta posibilidad? En ese caso, el solo hecho de que a Inmaculada le baste con un determinado tipo de acción para ver satisfecha su demanda, la colocaría en una senda de bienmorir que le estaría vedada a quien, por desgracia para él o ella, requiriese de otro tipo de participación de los médicos, fuese por activa o por pasiva.

De nuevo, estamos ante un problema de hasta dónde son imprescindibles las normas y cuándo puede una sociedad sentirse lo suficientemente libre y justa para darse un respiro legislador y permitir que algunas cosas fluyan de manera natural. Para permitir que, también en su final, un ser humano pueda seguir siéndolo, con toda su dignidad íntegra en el momento de la muerte.

Sólo morimos una vez, así que hagámoslo con la cabeza bien alta.

Comentarios

Imperialista ha dicho que…
Hummm, parece un caso claro para el Doctor Muerte, digoooo Montes.
AF ha dicho que…
Vamos, don Impe, un pequeño esfuerzo. Dígame que a usted tampoco le pareció
muy bien lo del consejero...
Imperialista ha dicho que…
Sí, el error fue nombrarle, no cesarle.