Una señal para terminar con el fascismo


En la madrugada del jueves 25 de abril de 1974, la emisora lisboeta Radio Renaissença emitió una canción de un ya por entonces muy popular José 'Zeca' Afonso, titulada 'Grândola, vila morena'. Los militares adscritos al Movimiento de las Fuerzas Armadas portuguesas, nada más escucharla, supieron que la orden había sido dada. La revolución empezaba.

  

De los cuarteles controlados por el MFA salieron vehículos blindados ligeros que tomaron los principales centros neurálgicos del país. Encontraron una alborozada colaboración del pueblo portugués y una oposición relativamente débil, focalizada sobre todo en la policía, comenzando por la criminal PIDE, policía secreta y bastión del control del régimen fascista de Marcello Caetano.

Ese régimen, una dictadura fascista heredada de la impuesta por el dictador Oliveira Salazar décadas antes, se tambaleó durante unos días y cayó estrepitosamente al suelo. En los meses y años posteriores, muchas cosas cambiaron para bien en Portugal. Como ocurriese en la Revolución Francesa, la portuguesa tuvo que sufrir después las traiciones de los elementos más próximos a la dictadura defenestrada. Otelo Saraiva de Carvalho, el cerebro que organizó el golpe revolucionario, acabó entre rejas después de haber sido elegido diputado, aunque posteriormente fue liberado de la cárcel.

Pero mientras pasaban todas esas cosas, las y los portugueses se beneficiaron de una vida totalmente distinta. No es que se acabaran todos los problemas de toda la gente en el mismo momento del hecho revolucionario, ninguna revolución puede hacer eso. Pero, junto al aire más limpio que pudieron respirar, comenzaron a llegar mejoras salariales, condiciones laborales más dignas, un acceso a servicios públicos más igualitario. Las bases mismas, en definitiva, de una democracia.

El próximo 4 de mayo me despertaré a las 3 de la madrugada y pondré 'Grândola, vila morena', a ver si ejerce, como si de un conjuro se tratase, su saludable influencia en la gente humilde o no tan humilde de Madrid. En empleados de banca y en fontaneros, albañiles, torneros, comerciantes y amas de casa. En limpiadores y limpiadoras de viviendas, en médicos, enfermeras, hackers, celadores y conductores de autobús. Blancos, negros, amarillos o de piel morena sin llegar a negra. En gente que habla castellano o inglés, francés, árabe, bereber, senegalés o cantonés.

A ver si consiguen llegar a escuchar la canción y se les despiertan las ganas de terminar de un plumazo con 25 años de lo que, salvo en el aspecto meramente formal, se ha convertido en una dictadura semejante a la de Oliveira Salazar en todo lo que es importante: en los palos recibidos cuando protestas, en la degradación de la sanidad, de la educación, en el enaltecimiento de los listillos que se aprovechan de su condición para hacerse más ricos, y en la segregación de los menos favorecidos. También en ver cómo se borran los nombres de los fusilados por otro dictador, mientras se aplauden los nombres de los verdugos.

Porque, saben ustedes, los versos clave de 'Grândola, vila morena', dicen así: "Grândola, villa morena, tierra de fraternidad, el pueblo es quien manda dentro de ti, ciudad. En cada esquina un amigo, en cada rostro igualdad, Grândola, villa morena, tierra de fraternidad".


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