Lecciones de 2020


Todos los editoriales de fin de año son iguales, como lo son todos los discursos de Navidad de la Casa Real. Los primeros hacen un repaso de lo bueno y lo malo que ha ocurrido en los 364 días anteriores, mientras que los segundos miden al milímetro cada palabra para quedar lo mejor posible y ensalzar lo bueno que ha ocurrido, sin pronunciarse sobre nada de lo malo o simplemente polémico.

Hablar del año 2020 puede convertirse en un ejercicio de lo mismo: ante la imposibilidad de evitar el marco general del coronavirus, omnipresente este año, fácilmente encontraremos los editoriales en que se pone de relieve el sufrimiento que la pandemia ha causado, pero se extrae la moraleja positiva: hemos sido capaces, como sociedad, de ir superando la situación a la que nos ha abocado la enfermedad. Ha sido, y está siendo, una batalla cruenta, con miles de muertos y heridos, pero estamos saliendo victoriosos.

Probablemente se ponga de manera especial el acento en la respuesta como grupo. En que hemos descubierto la manera de rescatar el sentido de la solidaridad del pozo donde lo teníamos mayoritariamente hundido. En que hemos sabido encontrar la manera de colaborar en vez de enfrentarnos. Nos recordarán los aplausos en los balcones, los cumpleaños felicitados desde la calle por policías, bomberos o sanitarios, las mascarillas artesanales desinteresadas, las iniciativas solidarias de toda índole.

Y tendrán razón, porque todas esas cosas han existido, nadie se las ha inventado. Pero hay que recordar que los balcones llenos de gente aplaudiendo fueron despoblándose un par de meses después de haberse iniciado. Que durante ese periodo de auge de la conciencia colectiva se dieron también numerosos casos de vecinos o vecinas descargando una bilis increíblemente agresiva sobre un hombre o mujer que se encontraba solo, sentado en un banco de un parque, acusándole prácticamente de criminal e insultándole y amenazándole con matarle. Se olvidará que aunque debíamos ir todos a una, hubo gobiernos que dejaron morir a muchos ancianos en sus residencias con órdenes explícitas (protocolos, se llaman ahora) que abandonaban a su suerte a quienes estaban contagiados.

Este año que finaliza ha sacado lo mejor de todas y todos nosotros. Pero también ha servido para constatar que hay personas que ni siquiera en estos tiempos del cólera son capaces de renunciar a su mezquina y egoísta visión de cómo debe funcionar una sociedad. Y que existan personas que no sepan salir de esa estrecha visión puede ser malo, pero controlable socialmente. Que haya gobiernos que actúen con esa misma óptica, ya no lo es tanto.

En la Comunidad de Madrid se ha aprovechado la pandemia para ofrecer más negocio a grandes empresas a costa de disminuir el nivel de servicios básicos, especialmente el de la sanidad pública. Se ha destinado una cantidad que por el momento se cifra en más de cien millones de euros para construir un hospital que nadie reclamaba. Es más, que la mayoría del sector sanitario ha criticado. Y se ha hecho sin tocar un solo pelo de los cientos de camas vacías existentes en UCIs de hospitales privados de la región. Se ha mantenido, contra viento y marea y a pesar de los continuados avisos de profesionales de la salud, el cierre o la situación de infradotación en atención primaria, hasta que los madrileños nos hemos ido acostumbrando a que lo normal sea hacer cola para que te atiendan en un ambulatorio. O que despachen tu procupación por unos síntomas alarmantes con una video conferencia de dos minutos en la que el médico seguramente tendrá que depender, para su diagnóstico, de la calidad de la imagen que la cámara del enfermo le ofrezca. Y, no lo olvidemos, se han rescindido sin razón válida los contratos con las empresas de preparación de comidas para los colegios, dándoles contratos millonarios a dos empresas de comida rápida, para atender, digámoslo así, a los niños de los pobres.

Y han transcurrido meses de prácticas continuadas de este tipo, con las lógicas protestas del comienzo, pero también con la inevitable resignación del final. En las redes sociales, como siempre, se compensan los comentarios sarnosos de los adeptos a esa visión egoísta y cruel de la política, con los que han apoyado otras visiones más comunitarias y sociales. Y al final el balance es siempre de suma cero: unos critican y otros defienden. Y en eso salen beneficiados los que han criticado sin pudor, porque lo han hecho sin argumentos y utilizando mentiras evidentes. Pero la suma sigue dando cero y el colofón absurdo y ciego es también el mismo: todos los políticos son iguales.

Es preciso recordar las voces (muy ingenuas, visto desde la distancia de este año ya transcurrido) que apostaban por una regeneración social a causa de la pandemia. Que creían que la enfermedad iba a ser también una oportunidad para cambiar como sociedad. No parece que vaya a ser así. Se trata, más bien y una vez más, del deseo de un sector de la sociedad de creer que así va a ser, que de una realidad palpable.

Han cambiado cosas para bien, sin lugar a dudas, y bienvenidas sean. No podemos imaginar qué habría ocurrido en este país con un gobierno central dirigido por los compañeros de ideología de quien no quería "cerrar" Madrid a ningún precio y sólo unas semanas después echaba la culpa del incremento de la pandemia al gobierno central. Con un gobierno de quien ha mostrado preocupación por la situación sanitaria sólo como un latiguillo en los discursos, pero ha puesto el auténtico y sentido acento en la "recuperación de la economía", eufemismo indecente para expresar la preocupación por mantener los beneficios de las grandes empresas.

No digamos nada si el gobierno hubiera estado en manos de quienes han ido en una dirección durante unas semanas y en la dirección contraria las semanas siguientes, para volver de nuevo a la dirección original un poco después.

Por no hablar, en definitiva, de quienes han defendido que no hay que usar mascarilla porque la pandemia es un invento y una operación clandestina del gobierno central aliado con un señor muy rico llamado Georges Soros. O que rechazan la nueva Ley de Educación argumentando que atenta contra su libertad de llevar a sus hijos al colegio que deseen, pero eso sí, mucho más caro y pagándoselo el resto de españoles.

Sí, han ocurrido cosas buenas durante este año. Pero lo importante será que una parte mayoritaria haya aprendido la lección de todo lo ocurrido, lo bueno pero también lo malo, para no volver a confiar su voto a quienes han demostrado no servir más que para actuar como jauría en defensa de sus intereses como clase social, pero no para aportar soluciones reales a una situación inédita y muy real.

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