Por la tangente



Leo en 'Viento Sur' un artículo de Fernando Luengo en el que se analiza el dilema manifestado en la reciente polémica por la construcción y venta de varios barcos de guerra a la monarquía saudita. Luengo, economista y miembro de un círculo madrileño de Podemos, analiza convenientemente el dilema y lo sitúa, correctamente en mi opinión, en el terreno en el que está ubicado: el de la contradicción entre la defensa de los puestos de trabajo y el rechazo a la venta de armas a un cliente que está utilizándolas para masacrar a la población yemení.

Esta contradicción la tiene cualquiera que se califique de izquierdas (o "de abajo", según la terminología podemita heredera del zapatismo). Sin embargo, con todo y ser muy importante, la contradicción en sí no es lo que me llama la atención. Lo que me preocupa, lo que me alarma, incluso, es lo que revela: la izquierda (utilizaré este término por resultar más familiar, aun reconociendo la gran vaguedad que siempre ha contenido) lleva un camino cada vez más instalado en aceptar de facto su pobreza de respuesta ante las grandes contradicciones.

En su artículo, Luengo expresa esta contradicción en términos concretos, da a la misma una respuesta programática (es decir, generalista) y. por último, en un corto pero necesariamente significativo párrafo, vuelve al terreno de lo concreto para, tímida y discretamente, calificar de "decepcionante" la posición adoptada por el alcalde de Cádiz, miembro destacado de Podemos y de la corriente Anticapitalistas, al aceptar e incluso defender la producción armamentística con destino a la tiranía saudita, aun poniendo de manifiesto la naturaleza de ésta y condenándola.

Para Luengo (que no es ninguna rara avis en esto, sino más bien exponente de lo que está siendo la normalidad dentro del campo de la izquierda en todo el mundo), la solución a esta contradicción se encuentra en "una apuesta decidida por el empleo de calidad y por la desmilitarización de la economía y la sociedad. Ello exige poner en marcha un plan de medidas urgentes que evalúe y asuma los costes de la transición hacia un nuevo modelo productivo, y ofrezca alternativas viables." Además, el economista explica que "resulta imprescindible un amplio debate ciudadano y político sobre las necesidades que, como sociedad, queremos cubrir, determinar las prioridades, los recursos disponibles y los costes materiales y financieros a soportar, evaluar cómo se relacionan las diferentes actividades con el entorno físico que las sostienen y su impacto en el territorio y cómo se articula el conjunto del engranaje productivo, anticipar el impacto que tendrá sobre el empleo y el patrón de distribución que genera (entre salarios, beneficios e ingresos de las administraciones públicas), valorar su complementariedad con el más estricto respeto de los derechos humanos, e identificar los actores comprometidos con estos objetivos".

He de decir que el plan me parece (sin ironía ninguna) altamente ejemplar. Efectivamente, eso habría que hacer. La cuestión, sin embargo, es cómo se hace, aquí y ahora. Y aunque resulte muy secundario, cómo juzgamos a quienes se ven obligados a dar respuestas concretas sin que nadie haya desvelado cómo elevar al terreno de lo concreto lo que sólo se está planteando sobre el papel.

Cuando tuvo que tomar una decisión en el tema que nos ocupa, José María González, "Kichi", el alcalde de Cádiz, no se vio enfrentado a un dilema teórico, ni a la plasmación ordenada y coherente de una lista de requerimientos para llevar a cabo un correcto planteamiento de economía socialmente responsable y sostenible. Y aunque estoy convencido de las enormes tensiones internas que le produjo, finalmente fue consciente de que no podía situar el problema en el confortable terreno de las generalizaciones ideológicas y/o programáticas. Es decir, sintió que debía responder con un "sí" o un "no" a la gente que iba a trabajar o no en la producción del armamento.

"Kichi" respondió con un "sí" a la producción armamentística sabiendo que en realidad ésta no dependía de su decisión, pero que su respuesta afirmativa allanaba el camino a la misma, siquiera sea marginalmente. Dicho de otra forma: no escurrió el bulto ante la contradicción que él mismo reconoce y que le ha valido un chorreo de aquellas fuerzas que desconocen el peso de esas contradicciones. Lo desconocen porque ya se han preocupado escrupulosamente de no ponerse nunca en una posición que les obligue a asumirlas.

No se trata de criticar la posición de Fernando Luengo en el mencionado artículo. Se trata de poner de manifiesto la tendencia a la comodidad que la izquierda va desarrollando poco a poco, pero inexorablemente, desde hace décadas. Una comodidad que conduce a salirse por la tangente, al refugio en el confortable aislamiento de la crítica y condena ideológica. Alejados, lo más alejados posible, de la cruenta y maloliente contienda que se produce cada día, todos los días, cada vez que alguien tiene que optar entre los principios diseñados para un futuro no marcado en el calendario, y la necesidad de dar respuesta a un problema hoy mismo, aquí mismo.

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