Sin separación de poderes

Decía Montesquieu que el poder sólo puede ser refrenado (en su ambición de dominarlo todo) por otro poder. De esa idea nació otra que hizo fortuna en Europa: la separación de poderes como mecanismo de contrapeso entre éstos, y sustrato fundamental de lo que entendemos hoy por un Estado democrático.

El concepto de poder que manejaba aquí Montesquieu es actual. Él hablaba de "poder" y se refería a aquellas capas de la sociedad que realmente lo tenían y ejercían de la única manera que desde Roma para acá se entiende esto: aprovechándolo en beneficio de esas mismas capas que lo detentan, con vistas, sobre todo, a obtener privilegios y ventajas económicas. Lo demás son simplemente mecanismos para lograr lo anterior.

Y esto mismo sigue ocurriendo hoy básicamente. El hecho de que las relaciones económicas hayan cambiado notablemente en los últimos cien años no elimina el hecho cierto de que el poder es algo que no tiene sentido definir, sino más bien identificar por medio de sus poseedores. Todo lo que necesitamos saber sobre el poder podemos conocerlo identificando a quienes lo poseen y ejercen.

Ahora bien, ¿funcionan esos contrapesos entre poderes en los que Montesquieu cifraba su esperanza de lograr una sociedad libre? En muchos países europeos y, en cierta medida, en Estados Unidos, ese contrapeso existe. Renquea por el paso de los años y de los mordiscos que le han ido dando quienes poseen el poder económico (el más real y decisivo), pero existe. Funciona, al menos, en considerable número de ocasiones, suficientes para que la ciudadanía de esos países considere que la separación de poderes es efectiva. Pero hay que anotar con muchos subrayados que es una separación de poderes que tiende rápidamente a convertirse en ficticia por el simple hecho de que el poder más real y efectivo, que es el económico (ya lo he dicho), no está sujeto a ninguno de los mecanismos de contrapeso que se supone atan a los demás. El poder económico no lo ostenta gente que ha sido elegida para ello y, por tanto, no rinde cuentas ante nadie. Tampoco está expresamente representado por ninguno de los otros poderes, sino que en la práctica todos ellos sirven al primero, pero sin que nadie pueda decir que así está escrito en Constitución alguna. Y lo que no está escrito ni reconocido no puede modificarse, porque en teoría no existe.

Pero incluso quedándonos en esa versión edulcorada de la separación de poderes, ¿existe en España? No. En España existe un teatrillo de cuyo libreto probablemente puede atribuirse la autoría a Fernando VII con aquello de "caminemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional". Con todo el morro. Con todo el cinismo propio de quien casi tenía escrito en su frente el colofón a esa frase: "y vais vosotros y os lo creéis, gilipollas".

Todo este exabrupto viene a cuento de la actuación del "poder" judicial en este país en relación con el proceso independentista en Catalunya. No se muestra como un poder independiente, sino como un poder "al servicio de", y quien está al servicio de alguien no ostenta realmente poder alguno, si no es de forma delegada.

No hay separación de poderes, sino todo lo contrario: una progresiva concentración del poder en cada vez menos manos. No sólo el poder económico (que ese ya estaba concentrado desde hace mucho), sino también esa apariencia de poder que nos venden a diario.

No hay separación de poderes y, por tanto, no hay democracia, tal como nos la venden. Hay leyes injustas, hay aparatos judiciales encargados de señalar a esas leyes para ordenar la represión de quienes las ignoran o se enfrentan a  ellas; y hay aparatos de represión que ejecutan  esos señalamientos judiciales.

En definitiva, hay lo mismo que otras épocas históricas dio lugar a estallidos de violencia masiva como única forma de sacudirse de encima tal estado de cosas que hacen de la vida algo difícil e incluso imposible de transitar.

Eso es lo que están fomentando los defensores del 155 (pero también, e incluso con más repercusiones reales, los que defienden en la práctica las cunetas, los masters amañados, las diversas púnicas, el hundimiento de los sistemas de salud y educación para todas, el machismo asesino, las pensiones humillantes y tantas otras cosas). Y lo están fomentando los jueces tan ostensiblemente plegados a la voz de su amo, que ni siquiera el más ingenuo puede dejar de verlo. Y lo están fomentando quienes escenifican toda esa injusticia por medio de las porras, los botes de humo y las balas.

Infinidad de gente en este país se muestra sorprendida por la docilidad con la que, elección tras elección, los tres principales partidos que defienden este estado de cosas en España (PP, PSOE Y Cs) vuelven a recibir el voto de una amplia mayoría de gente. No perciben que tras esa docilidad se esconde el germen de la más nefasta violencia. Una violencia que, cuando estalle, nadie sabrá ni podrá organizar y darle, al menos, una dirección positiva.

Y de ahí saldrá cualquier cosa, no necesariamente algo que mucha gente ilusa percibe como una nueva sociedad más justa. Puede que esa violencia termine con lo que hay, pero lo hará sin garantía de que lo que venga después sea mejor.


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