Goteras en la Iglesia católica
No era desconocida la inquietud que las políticas vaticanistas aplicadas manu militari por los obispos españoles en la Iglesia católica española causaban entre amplios sectores de fieles de esa religión. Ahora nos enteramos de los dos manifiestos que esos fieles han hecho público y que lanzan críticas muy precisas y acertadas no sólo sobre aquellas decisiones e imposiciones obispales que están, según los críticos, provocando una crisis de credibilidad preocupante de la Iglesia católica, sino también sobre la motivación de esas imposiciones: la obediencia a los intereses de una curia vaticana a quien consideran desfasada y contraproducente, en lugar de a la orientación y deseos de su congregación.
Aplaudo, qué duda cabe, estas críticas, por lo que tienen de valiente y de acertado. Su valor político es, además, inmenso, porque desvela ante los ojos de gente sin opinión definida que las críticas que le llueven a la jerarquía católica por parte de la izquierda no sólo son ajustadas, sino también compartidas por gente de la propia iglesia. Son unas críticas que, por decirlo así, crean goteras en el tejado de esta Iglesia. Sin embargo, me planteo una vez más lo mismo que me he planteado siempre respecto a los católicos: ¿por qué críticas como éstas, que tanto calado tienen, no les lleva a descreer de ese tinglado que se llama Iglesia Católica Romana, y a desarrollar sus inquietudes espirituales al margen de la misma? Sólo recuerdo un teólogo católico (creo que fue el brasileño Leonardo Boff) que fue capaz de llevar la coherencia de sus críticas hasta la ruptura con la Iglesia. El resto, a pesar de su compromiso militante con casi todas las causas habidas y por haber (vease el caso de Benjamín Forcano), ha mantenido su vinculación, como ocurre en este caso, en que los firmantes se preocupan especialmente de dejar clara su voluntad de seguir dentro del redil.
La Iglesia católica vive de las apariencias. Todo lo que contribuye a mantenerlas, contribuye a la continuidad de la Iglesia. Miles de personas no creen en las críticas que se hacen a su jeraquía provenientes de sus propias filas porque ven que esos críticos no rompen con el tinglado. "No será para tanto", supongo que piensan. No pretendo que la gente tome decisiones que para ellos son, supongo, de gran importancia, en función de intereses que podríamos denominar políticos, pero lo cierto es que siempre estamos a vueltas con lo mismo: esta gente lo hace muy mal, pero seguimos con ellos.
Menos mal que de vez en cuando ve uno cosas que, no sin cierto humor, todo hay que decirlo, muestran lo postiza que es en muchos casos la filiación católica. Este sábado de Semana Santa, a las 11'55 de la noche, justo tras un apresurado final de misa en la iglesia que hay a cincuenta metros de la Plaza Mayor de Cacabelos, en León, un escenario giganteso aguardaba en el recinto, oscuro y en apariencia abandonado, y unas típicas vallas cortaban el acceso de vehículos a la plaza. Cinco minutos después, la gente que estaba en la misa recorría presurosa los cincuenta metros y se incorporaba a la plaza justo a tiempo de que un chupinazo marcara el comienzo de una fiesta que incluía un pregón desde el balcón del Ayuntamiento y las notas pasadobleras de una banda de música. Había dado comienzo el Domingo de Resurrección, y bajo el manto de esa excusa el pueblo entero daba rienda suelta a las ganas de terminar un periodo de supuesto recogimiento (esas cosas en los pueblos pequeños aún ocurren) y se lanzaba a un jolgorio en el que la religión brillaba ostensiblemente por su ausencia.
Es el producto inevitable de siglos de falta de credibilidad y de mantenimiento de sus estructuras tan sólo por el poder que la Iglesia católica siempre ha tenido.
Aplaudo, qué duda cabe, estas críticas, por lo que tienen de valiente y de acertado. Su valor político es, además, inmenso, porque desvela ante los ojos de gente sin opinión definida que las críticas que le llueven a la jerarquía católica por parte de la izquierda no sólo son ajustadas, sino también compartidas por gente de la propia iglesia. Son unas críticas que, por decirlo así, crean goteras en el tejado de esta Iglesia. Sin embargo, me planteo una vez más lo mismo que me he planteado siempre respecto a los católicos: ¿por qué críticas como éstas, que tanto calado tienen, no les lleva a descreer de ese tinglado que se llama Iglesia Católica Romana, y a desarrollar sus inquietudes espirituales al margen de la misma? Sólo recuerdo un teólogo católico (creo que fue el brasileño Leonardo Boff) que fue capaz de llevar la coherencia de sus críticas hasta la ruptura con la Iglesia. El resto, a pesar de su compromiso militante con casi todas las causas habidas y por haber (vease el caso de Benjamín Forcano), ha mantenido su vinculación, como ocurre en este caso, en que los firmantes se preocupan especialmente de dejar clara su voluntad de seguir dentro del redil.
La Iglesia católica vive de las apariencias. Todo lo que contribuye a mantenerlas, contribuye a la continuidad de la Iglesia. Miles de personas no creen en las críticas que se hacen a su jeraquía provenientes de sus propias filas porque ven que esos críticos no rompen con el tinglado. "No será para tanto", supongo que piensan. No pretendo que la gente tome decisiones que para ellos son, supongo, de gran importancia, en función de intereses que podríamos denominar políticos, pero lo cierto es que siempre estamos a vueltas con lo mismo: esta gente lo hace muy mal, pero seguimos con ellos.
Menos mal que de vez en cuando ve uno cosas que, no sin cierto humor, todo hay que decirlo, muestran lo postiza que es en muchos casos la filiación católica. Este sábado de Semana Santa, a las 11'55 de la noche, justo tras un apresurado final de misa en la iglesia que hay a cincuenta metros de la Plaza Mayor de Cacabelos, en León, un escenario giganteso aguardaba en el recinto, oscuro y en apariencia abandonado, y unas típicas vallas cortaban el acceso de vehículos a la plaza. Cinco minutos después, la gente que estaba en la misa recorría presurosa los cincuenta metros y se incorporaba a la plaza justo a tiempo de que un chupinazo marcara el comienzo de una fiesta que incluía un pregón desde el balcón del Ayuntamiento y las notas pasadobleras de una banda de música. Había dado comienzo el Domingo de Resurrección, y bajo el manto de esa excusa el pueblo entero daba rienda suelta a las ganas de terminar un periodo de supuesto recogimiento (esas cosas en los pueblos pequeños aún ocurren) y se lanzaba a un jolgorio en el que la religión brillaba ostensiblemente por su ausencia.
Es el producto inevitable de siglos de falta de credibilidad y de mantenimiento de sus estructuras tan sólo por el poder que la Iglesia católica siempre ha tenido.
Comentarios
Un saludo.
Un saludo.
Es licito cree o no cree..la "fé" es algo privativo (igual que la falta de "fé" ) y hay que respetar que cualquier persona intente aplicar en SU vida sus creencias...pero sin pretender imponerlas a las demas...
Se desboran muchas cosas...la gotera, el cubo ,la casa ... y las alcntarills: Y esta amuy bien eso de que haya miembros y miembras de la Iglesia que intenten desde dentro cambiar lo que no les gusta..pero ¿y eso qué.., de que..? Cambien o dejen de cambiar..¿qe?: El "problema" al menos uno de ellos..es otro: Es que a dios lo que es de dios y al Cesar lo que es del Cesar...y Dios en SU casa ..y que invite a quien quiera y que vaya el que quiera...pero que no nos lleven a la fuerza..y encima pretendan que les pagemos el taxi...¿La Iglesia?:Una multinaciona pura y dura:.y en la mútinacionales tambien hay gentes ,de base, honestas y currantes...pero la múltinacional es la mútinacional...y poco más...