Con un nudo en la garganta
Tenía doce años, casi una abuelita para tratarse de un gato, aunque su carácter no había cambiado casi desde que la trajeron a mi casa: mandona, envidiosa para casi todo, graciosilla y tremendamente cariñosa cuando le acercaba mi cara y se frotaba contra ella dándome así los besos que no sabía dar de otra forma. Con su hermano (postizo) nunca se llevó bien del todo, aunque se toleraban medianamente. Al fin y al cabo, era él quien debía sentirse peor por haber sido destronado cuando la trajimos a casa: pasó de ser el rey absoluto y a jugar conmigo al fútbol en el pasillo (extraordinario portero, por cierto), a verse arrinconado por una pizpireta que metía siempre las narices allí donde él estuviera haciendo algo. Le daba un suave empujón con la testuz y lo apartaba pacíficamente.
Trotski siempre la vio como un mal inevitable, algo a lo que hay que acostumbrarse y punto. Tequila, la que desde muy enana iba presurosa a apartarle cuando le echábamos de comer, para comerse también su comida, le ponía firmes con muy poco, siendo él aproximadamente el doble de grande. Pero la veía tan pequeña, tan cachorrita...
Pero ya no hay más dos gatos. No sé si en la cabeza de Trotski hay algo que le dice que ya no tendrá que ceder involuntariamente más veces su comida a Tequila, pero en la mía, sí.
Yo no podía tener ya a ninguno de los dos conmigo, un piso de alquiler tiene esas limitaciones. Esta tarde, tras unas semanas tremendamente malas en que Tequila sufrió una operación para extirparle un tumor que terminó revelándose maligno, he tenido que llevarla a un veterinario para que la sacrificase. Ha ido en su transportín, conmigo en el coche, un larguísimo camino de más de media hora, y juro que pocas veces lo he pasado peor.
El tamaño del nudo en mi garganta ha sido de los que ya no recordaba casi. Ni siquiera ha sido comparable al que se me formó cuando murió mi madre, porque ella murió de vejez y sin dolor, mientras que a mi gata la llevaba yo, en mi propio coche, a un lugar en el que morir bien.
Pues que sepas que me voy a acordar mucho de ti.
Trotski siempre la vio como un mal inevitable, algo a lo que hay que acostumbrarse y punto. Tequila, la que desde muy enana iba presurosa a apartarle cuando le echábamos de comer, para comerse también su comida, le ponía firmes con muy poco, siendo él aproximadamente el doble de grande. Pero la veía tan pequeña, tan cachorrita...
Pero ya no hay más dos gatos. No sé si en la cabeza de Trotski hay algo que le dice que ya no tendrá que ceder involuntariamente más veces su comida a Tequila, pero en la mía, sí.
Yo no podía tener ya a ninguno de los dos conmigo, un piso de alquiler tiene esas limitaciones. Esta tarde, tras unas semanas tremendamente malas en que Tequila sufrió una operación para extirparle un tumor que terminó revelándose maligno, he tenido que llevarla a un veterinario para que la sacrificase. Ha ido en su transportín, conmigo en el coche, un larguísimo camino de más de media hora, y juro que pocas veces lo he pasado peor.
El tamaño del nudo en mi garganta ha sido de los que ya no recordaba casi. Ni siquiera ha sido comparable al que se me formó cuando murió mi madre, porque ella murió de vejez y sin dolor, mientras que a mi gata la llevaba yo, en mi propio coche, a un lugar en el que morir bien.
Pues que sepas que me voy a acordar mucho de ti.
Comentarios
Sepa usted que en estos difíciles momentos los verdaderos aficionados del Atleti nos mantenemos incólumes, soportando estoicamente las invectivas de los pérfidos madridistas, expertos en pajillas ajenas cuando sus vigas son descomunales. De abandonar en estos momentos, ná de ná. Ahora bien, si en lugar del Barça hubiera sido el Madri$ el que nos infierere tamaña humillación otro gallo cantaría: del palco y del banquillo no se recuperarían los cadáveres -metáfora- de los que nos maldirigen y nos malgobiernan. Que como decía Aquel Santo, no hay mal que por bien no venga.
En fin, voy a refocilarme un poco con Rigo y con Rosina por la alfombra.
Cuida de Troski que la echará de menos.
Salud y República
Me pasó lo mismo. Tuvimos que llevarlo al veterinario, pero no hubo nada que hacer. Hubo que sacrificarlo.
Ya digo que he tenido muchos gatos. Pero nunca olvidaré a Butragueño.
Un saludo.
Así que ánimo y ya sabes no hables mucho con ricardo o te llenará el vacío rápidamente.
A mí no se me ha muerto ningún perro, bolchevique: se me murió mi hija pequeña, Elena, con apenas cinco meses y medios, víctima de una miserable bacteria, un neumococo, que le produjo una sepsis que no pudo superar. Falleció sin dolor, sedada, mi pequeña, con el amor de sus padres y la esperanza de un Dios bueno que la acogiera en su seno. Así que no me hable de dolores.
Siento no haber podido pasarme antes por tu blog, pero ando siempre peleándome con el tiempo.
Lo siento mucho.
Yo también tuve que llevar a Nacha, la perrilla de mis padres a sacrificar y fue uno de los peores tragos que he pasado. Estuve días realmente triste. Desde entonces no he vuelto a querer tener más animales en casa.
De veras que lo siento.
Un abrazo muy fuerte
Pero desde luego comprendo la reacción de varios/as amigos/as, porque, don Impe, el humor negro no deja de ser humor, y por tanto es imprescindible que se exponga en un momento y en un contexto tales que permitan al receptor entenderlo como tal.
Dicho lo cual, unos como amigos y otros como agradables oponentes y quizás enemigos, todos siguen siendo bienvenidos.
Un saludo.
Comparto tu idea de que el sentido del humor, como todo, hay que ponerlo en el cotexto adecuado.
Si quiero, en primer lugar mis condolencias a Impe, no crea Ud., que es el unico que ha pasodo por esos trances, en mi familia tambien. Pero quiero que reflesine sobre algo muy serio.
Nosotros somos el amimal mas dañino de la tierra en todos los sentidos, y ademas lo somos gratuitamente, mientras que los animales de compañia, incluso yo diria que los salvajes, solo dañan lo que necesitan, y en su justa medida, y a cambio, los de compañia, nos dan cariño de forma gratuita, cosa que los humanos jamas hacemos.
Hay que aprender ademas de a respetar el dolor de los demas, a respetar lo que la naturaleza nos da con toda generosidad.
Y no se extrañe nadie, del dolor y la ausencia que puede dejar un animal de compañia en nuestra alma.
Vaya por Tequila, a la que pocas veces vi, por su panico a que la pudieran dañar, a pesar de eso te quise y te quiero.
Muchos besos
El tamaño del nudo en mi garganta ha sido de los que ya no recordaba casi. Ni siquiera ha sido comparable al que se me formó cuando murió mi madre, porque ella murió de vejez y sin dolor, mientras que a mi gata la llevaba yo, en mi propio coche, a un lugar en el que morir bien. Y doy fe de lo mucho que Antonio quería a Sole. Y si el mismo Antonio comprende o justifica su mensaje ¿irónico? es porque es una buena, buenísima persona, cosa que probablemente yo no soy, y por encima de todo lo demás, la alusión al Dr Montes se me clavó como un puñal en medio de los sentimientos, porque fue, en gran medida, por la campaña desatada contra él, por sus compañeros de partido y sobre todo por la cadena de radio COPE, por lo que a mi madre, a sus 92 años le escatimaron todo lo posible los paliativos del dolor, de manera que de durar como mucho una semana de haber sido tratada con Cloruro mórfico y Dolantina tardo más de dos meses en morir, y no tardo más porque acabó en una clínica privada (no voy por razones obvias a citar el nombre) en la que duro su martirio apenas 24 horas.
La señora o señorita, ni sé lo que es ni me importa, Cristina López-Schligting se hartó de llamar al dr. Montes lindezas tales como mengele, en la radio de los obispos católicos, porque yo creo en la existencia de ese dios bueno al que Imperialista encomendó el descanso eterno de su chiquitina, está en todo su derecho, pero si aseguro y afirmo que sus supuestos representantes en la tierra son una perfecta y homogénea colección de HIJOS DE PUTA. Y por último, durante el, innecesaria y sádicamente largo, proceso del fallecimiento de mi madre, hubo momentos en que desee fervientemente que ese dios en el que cree Imperialista existiera realmente para poder escupirle a la cara lo indigno de su comportamiento, para poder expresarle hasta que punto le desprecio.
porque yo nocreo en la existencia de ese dios bueno al que Imperialista encomendó el descanso eterno de su chiquitina,