¿Y cómo es que mandan a sus hijos a visitar una central nuclear?
Dice, con razón, un miembro de la asociación que aglutina a los municipios con instalaciones nucleares, que los responsables de la de Ascó han quebrado el principio de confianza en los criterios de seguridad que deben primar en el comportamiento de las centrales, por encima de otros de cualquier índole.
Hay una indudable responsabilidad, y de muy altos vuelos, en estos responsables de la central de Ascó, no sólo por la emanación de vapor radioactivo (utilizo el término en plan coloquial, sin ánimo de ser preciso científicamente) de una de las tuberías del ingenio, sino, sobre todo, por haber ocultado la gravedad del hecho, algo que cada vez parece más evidente que hicieron.
Pero eso no debería ocultar la responsabilidad del personal docente de los colegios que enviaron a sus alumnos a visitar las centrales, e incluso de los padres que sin duda tuvieron que aprobar esa visita de sus hijos. Hay que ser inconscientemente cerril para desoír los miles de avisos que bajo diferentes formas y desde distintas procedencias han venido dándose desde hace décadas, acerca de la peligrosidad de las centrales nucleares. Hay que ser muy brutos para creer en la simple buena fe de quienes de manera tan obvia NO tienen entre sus preocupaciones más importantes evitar que la población cercana a una central nuclear quede contaminada por radiaciones de la misma.
Los responsables de las centrales nucleares, más allá de los protocolos de actuación (que no son más que simples declaraciones de buena voluntad), tienen como objetivo que las centrales sean rentables. Es la palabra clave en una sociedad capitalista y a su imperio no se sustrae ninguna actividad. Lo máximo que se puede conseguir es mitigar la virulencia de su mandato y lograr, mediante una adecuada acción de vigilancia y control gubernamental y social, que la rentabilidad no se imponga por encima de la seguridad, la salud y tantas otras cosas.
¿Cómo es, pues, que mandan a sus hijos a visitar una central nuclear?
Hay una indudable responsabilidad, y de muy altos vuelos, en estos responsables de la central de Ascó, no sólo por la emanación de vapor radioactivo (utilizo el término en plan coloquial, sin ánimo de ser preciso científicamente) de una de las tuberías del ingenio, sino, sobre todo, por haber ocultado la gravedad del hecho, algo que cada vez parece más evidente que hicieron.
Pero eso no debería ocultar la responsabilidad del personal docente de los colegios que enviaron a sus alumnos a visitar las centrales, e incluso de los padres que sin duda tuvieron que aprobar esa visita de sus hijos. Hay que ser inconscientemente cerril para desoír los miles de avisos que bajo diferentes formas y desde distintas procedencias han venido dándose desde hace décadas, acerca de la peligrosidad de las centrales nucleares. Hay que ser muy brutos para creer en la simple buena fe de quienes de manera tan obvia NO tienen entre sus preocupaciones más importantes evitar que la población cercana a una central nuclear quede contaminada por radiaciones de la misma.
Los responsables de las centrales nucleares, más allá de los protocolos de actuación (que no son más que simples declaraciones de buena voluntad), tienen como objetivo que las centrales sean rentables. Es la palabra clave en una sociedad capitalista y a su imperio no se sustrae ninguna actividad. Lo máximo que se puede conseguir es mitigar la virulencia de su mandato y lograr, mediante una adecuada acción de vigilancia y control gubernamental y social, que la rentabilidad no se imponga por encima de la seguridad, la salud y tantas otras cosas.
¿Cómo es, pues, que mandan a sus hijos a visitar una central nuclear?
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