Un muñeco roto

Suena como un muñeco con el sistema de voz roto, de esos que se atascan en una determinada palabra ("ETA y Zap.., ETA y Zap...") hasta que un niño misericordioso lo golpea un poco y la grabación continúa con su voz metálica: "ETA y Zapatero se alegran de verme declarar". También se parece a esos tristes humoristas de temporada que un día sacaron un buen chiste y lo andan repitiendo hasta la saciedad, entre risas cada vez menos sinceras.

Hablo de Francisco José Alcaraz, un tendero ascendido a líder de masas que nunca debió salir de sus tertulias, si las tenía, y de sus fáciles consejas como modelo máximo de filosofía. Recuerda a los falangistas de edad avanzada, a los gloriosos combatientes que se llamaban a sí mismos, borrachos de mal vino que andaban en busca de su pistola para intimidar a cualquiera y sentirse así, por unos segundos, nuevamente grandes hombres, nuevamente temidos y nuevamente jóvenes.

Alcaraz, que seguramente no habrá empuñado una pistola en su vida, lleva como puede esa carencia. Para suplirla, utiliza el insulto y la cerril obcecación en sus frases hechas, pocas y de corte un poco tragicómico. Un día, para su sorpresa, se encontró encumbrado a la categoría de dirigente mesiánico e irremplazable (ya se ocupa él de que así sea) de un amasijo de gente confusa por el dolor y el sufrimiento, en unos casos, o encendida por la soflama ultranacionalista, en otros. Se miró al espejo y comenzó a repetir su discurso, mientras se iba transmutando en una copia de aquel patético Hitler que Chaplin nos regaló a todos en El Gran Dictador.

Como signo de la aceptación humillante del fracaso de su política de crispación, Rajoy ha dejado de ir a la última manifestación convocada por este pequeño ratón político, si bien el cariño que el gallego debe profesar aún a Alcaraz se ha materializado en la presencia del ala dura del PP en el evento. Aznar le sigue jaleando, pero no va tampoco, ahora que es tan importante.

Y Alcaraz sufre y, entre hipido y sollozo, se aferra a su propia imagen de poca cosa venida a menos. Es por eso que aún grita. Es su chiste de siempre, sólo que cada vez hace menos gracia.