La tristeza de despedir actores
Hay una tristeza inapelable que fluye hacia arriba cada vez que pienso en Fernán Gómez. "Un poco exagerado, ¿no cree usted, don Antonio? Al fin y al cabo, usted no le conocía de nada". Es cierto, de nada le conocía personalmente. Pero es cierto también que le conocía como le conocían todos cuantos hicieron del cine su refugio amable durante varias décadas.
La mayoría de las películas que Fernan Gómez protagonizó no eran de esas que se utilizaban para soñar. No eran las comedias elegantes del Hollywood de los años veinte y treinta, ramplonamente reproducidas por el cine español de diez años después. Eran, por el contrario, películas en las que un amplísimo elenco de monstruos de la interpretación elaboró durante años una fina telaraña de grandiosas actuaciones al servicio exclusivo de quienes, sentados y regocijados en la butaca del cine, reíamos y nos identificábamos con el guión y con los personajes.
Como hiciera años después Woody Allen, a los personajes de aquellas películas sólo les faltaba entablar de repente un dialogo con los espectadores. Porque los espectadores ya estaban dentro de la película antes incluso de entrar en la sala. Y no era sólo Fernán Gómez, sino aquella banda de gente al completo que se reunía en casi todas las películas y que intercambiaban protagonismos y secundariedades con la naturalidad con que uno se gana el pan.
Y esto es lo que me da esa tristeza. Porque, muerto Fernando, se ha muerto una generación de actores casi al completo (sólo queda José Luis López Vázquez) que fueron nosotros al tiempo que nos brindaban la mano desde la pantalla y nos ayudaban a subir allí arriba y a sentirnos más ellos. Algo que sólo era posible en una sala de cine grande, llena o medio vacía, y nunca en las salas presurizadas de los multicines de centro comercial.
La humanísima sencillez de aquellos guiones no habría soportado un escaparate de Zara.
La mayoría de las películas que Fernan Gómez protagonizó no eran de esas que se utilizaban para soñar. No eran las comedias elegantes del Hollywood de los años veinte y treinta, ramplonamente reproducidas por el cine español de diez años después. Eran, por el contrario, películas en las que un amplísimo elenco de monstruos de la interpretación elaboró durante años una fina telaraña de grandiosas actuaciones al servicio exclusivo de quienes, sentados y regocijados en la butaca del cine, reíamos y nos identificábamos con el guión y con los personajes.
Como hiciera años después Woody Allen, a los personajes de aquellas películas sólo les faltaba entablar de repente un dialogo con los espectadores. Porque los espectadores ya estaban dentro de la película antes incluso de entrar en la sala. Y no era sólo Fernán Gómez, sino aquella banda de gente al completo que se reunía en casi todas las películas y que intercambiaban protagonismos y secundariedades con la naturalidad con que uno se gana el pan.
Y esto es lo que me da esa tristeza. Porque, muerto Fernando, se ha muerto una generación de actores casi al completo (sólo queda José Luis López Vázquez) que fueron nosotros al tiempo que nos brindaban la mano desde la pantalla y nos ayudaban a subir allí arriba y a sentirnos más ellos. Algo que sólo era posible en una sala de cine grande, llena o medio vacía, y nunca en las salas presurizadas de los multicines de centro comercial.
La humanísima sencillez de aquellos guiones no habría soportado un escaparate de Zara.
Comentarios
Éste era para mí el último del trío más magnífico que ha dado este país. Los otros dos, Rabal y Rey nos dejaron hace tiempo.
Es verdad que queda el que formaría el cuarteto: López Vázquez. Y muchos segundones magníficos.
De D. Fernando no he escrito nada porque sabía que lo harían otros, y mejor, pero siempre le he seguido de cerca.
Sin duda, este país es más de actores que de políticos.
Salud y República
A mi me ha provocado siempre una gran ternura, mucha admiración y lloro su muerte, que me duele en el alma, porque tengo una lista así de grande de gente que, si muriera, pocos iban a llorarles y sin embargo, se nos mueren los que deberían ser inmortales.
A vuestra lista añadiría al mejor secundario español, aunque ahora, a la vejez, empiece a ser protagonista: Manuel Alexandre, su amigo y compadre de correrías, grandísimo actor y con el mismo carácter que Fernán Gómez.
Como recuerdo imborrable y resumen de una carrera excepcional, mi preferida es "La lengua de las mariposas", imagen del perdedor de toda la vida, con tanto que decir y aportar, y ese cruce de miradas entre el niño y el cuando le llevaban en el camión a una muerte cierta.
Fernando Fernán-Gómez formaba parte de nuestro imaginario sentimental y ahí permanecerá siempre.
un saludo.
Otra cosa es el espectáculo de su muerte, con un montón de gente haciendo el gilipollas alrededor de su féretro. Y ese bonito detalle de la bandera anarquista: ¡cómo si no supiéramos que empezó su carrera en CIFESA! Ay, qué tropa.